lunes, 28 de agosto de 2017

La montaña.

Sigue lloviendo. Un trueno. Mi cuerpo continúa vagando por una carretera comarcal, desierta, y apenas cubierto por un chubasquero ajado. Una pequeña mochila a la espalda con mis escasas pertenencias. Algo de ropa, un segundo par de botas -casi tan rotas como las que llevo puestas- y un minúsculo set de aseo.
Apenas pasan coches. Tampoco quiero que me recojan. Mi cuerpo está en la carretera. Mi alma, en las montañas que tengo por delante.
Un momento de epifanía sagrada cuando consigues comulgar con los espíritus de las montañas. Los árboles te arropan y las piedras milenarias te hablan desde las entrañas. Oyes el discurrir del agua por su interior. Algo parecido a escuchar los pensamientos de la tierra. Saboreas los minerales que, en el génesis del mundo, fue la sopa primigenia, la leche materna de todo ser vivo.
Sigue tronando. Llueve. Sigo mi camino alimentando mi cuerpo con la magia de nuestra Madre Tierra y nuestro Padre Universo.
Polvo de estrellas. Eso soy. Polvo de estrellas caminando, de vuelta, hacia la placenta que me creó. Llegaré en breve. La muerte de mi cuerpo (cárcel al aire libre) está cercana y con ella volveré a formar parte del Todo, sin individualidades.

Richie Panero, "Demonios, sombras y otros caminantes."

martes, 8 de agosto de 2017

El bosque.

Me gusta pasear por el bosque pensando en el fin de la Humanidad, en cómo este virus, estos seres infectos y dañinos, autodenominados Humanos, pereceremos en un suicidio lento pero brutal, cargando a nuestras espaldas con la desaparición de muchas especies inocentes.

Pero, ¿qué es el tiempo de los Hombres en comparación al del planeta Tierra? Una mísera mota de polvo, un pequeño acceso de fiebre -de, a lo sumo, un día- en la Naturaleza.

Y, como ocurre con nuestros bebés humanos, esa fiebre no es mas que una señal de crecimiento. La Naturaleza sigue su avance, sin tenernos en cuenta, al igual que nosotros, en nuestro brutal egocentrismo, tampoco la tenemos en cuenta a ella. La Humanidad perecerá -como perecieron civilizaciones antiguas- y los bosques, sus raíces, sus hojas secas, sus troncos, sus movimientos de tierras y de aguas, borrará para siempre de su rostro cualquier vestigio de nuestra existencia.

Y así me relajo, mi mente se dispersa y comprendo que el final de mis días y el de todos está en este camino, en estas ramas y también, como no, en la diminuta hormiga que mueve el mundo desde sus entrañas.



jueves, 3 de agosto de 2017

Veinteañero.

Poeta triste como la vida, que sabías a la nada de la existencia. Sentías a Baudeleaire, querías ser Jim Morrison y no llegabas ni a Bunbury borracho.
¿Dónde acabaste tus días? ¿Suicido a los 30? O peor aún. Quizá sacaste la plaza de funcionario y ahora te dedicas a etiquetar libros en un almacén oscuro de la biblioteca municipal. No, eso sería demasiado romántico. Seguramente trabajes en una oficina, de 8 a 3, tengas un jefe a quien lames el culo, una compañera con la que te gustaría acostarte, dos hijos pequeños y una mujer que ya no es lo que era. No como tú.

miércoles, 26 de julio de 2017

Crónicas de un joven cuarentón.

Me apetece sentarme cual vetusto logroñícola en una terraza de la Gran Vía (Portales es para turistas), pedirme una tónica y un bitter Kas para mi señora -sólo le llamo parienta en el trabajo- y estar al “paso de la paloma” sonriendo amablemente a quien nos salude, seguramente corroído de envidia por nuestra buena vida, para criticar después. Echar la tarde del sábado con el gasto de dos refrescos, merendar el bol de ganchitos cortesía del bar y volver a casa para ver el resumen de la jornada futbolística mientras ella alarga el aceite de los huevos fritos y prepara unas rodajas de fiambre para cenar. Y a ver que no gaste mucho si luego que la lleve a Salou de vacaciones.
Pero no puedo.
Unos amigos tocan en un bar y tengo que dejarme caer por ahí para que me vean, porque queremos tocar en breve (yo también tengo un grupo de indie-rock) e igual me sale un bolo. Me pediré una caña y una Coca-Cola para ella, saludaremos a todos y recordaremos lo bien que nos lo pasamos hace unos fines de semana. Luego a solas criticaremos lo que ha engordado fulanita o lo calvo que está menganito. Aceptaremos alguna invitación y nos haremos los esplendidos invitando a todo quisqui sin llegar a pagar una ronda. Cuando acabe el concierto usaremos la excusa del cansancio de la mujer para marcharnos y así poder ahorrar e irnos de vacaciones a una casa rural en Euskadi o Asturias.

El castaño.

El castaño se durmió.

Sus hojas cayeron y, a través de sus ramas desnudas, se pueden ver las nubes que, otrora, imaginabas tras la espesa copa verde, mientras pensabas en tu vida o soñabas un abrazo.

Ahora estás lejos. Y él sigue dormitando. Quizá, si vuelves en primavera, podrás tumbarte a su lado y que el calor de tus sueños y esperanzas le ayude a florecer.

domingo, 16 de julio de 2017

El hombre espejo.

Puedes mirarte en mis ojos y verás lo que siempre quisiste tener.
Pero es falso.
Es sólo un reflejo.
Nada es real.
Cuando intentes atraparlo se deshará entre tus dedos como arena de playa.
Sufrirás.
Y yo también sufriré por no cumplir tus expectativas.
Hasta que encuentre otra persona que quiera mirarse en mis ojos.
Y vea sus anhelos tan cerca que quiera tocarlos.
Y, como el reflejo en un estanque, al tocar sus dedos la imagen, desaparecerá y el agua se volverá turbia.

jueves, 29 de junio de 2017

Sin más.

Te quiero.
Te quiero pero no como se quiere ahora.
Te quiero como se quería en tiempos antiguos, arcaicos,
quizá románticos.

Te quiero
para compartir tiempo, esperanzas, espacios.
Te quiero para luchar juntos y defender,
hasta la muerte si así lo quieren los astros,
a nuestras hijas creadas de papel.

Te quiero
porque rompemos mitos y creamos nuevos.
Porque saltamos barreras y vaciamos charcos.
Porque sacudimos las arañas de nuestros cabellos.
Porque sí.

Te quiero
para aprender a desamar, desandar y desunir.
Deshacer la vida de los dos en un camino
y convertirnos en polvo arrastrado
por el viento.

Te quiero
porque te quiero. Porque tú eres yo y yo
no soy nada. Porque tú eres el vacío de aprender
y yo la necesidad de saber.
Por la vida y la muerte de la mano.

Te quiero.
Sin más. Sin pretensiones. Sin posesiones.
Sin esperanzas ni futuros. Aquí y ahora.
Música, letras, cartas y estrellas.
Así, sin más, te quiero.

viernes, 19 de mayo de 2017

Espejo.

...y el espejo reflejaba el frío y, a través de la pared, se filtraba el rumor de la tormenta que azotaba el interior del edificio. 

Lluvia.

Los pequeños aviones juguetean en el aire, bajo un cielo plomizo como mi alma, mostrando sus vientres color plata y sus lomos negros. Los grititos chirriantes e histéricos recuerdan al patio de un colegio de Primaria. El mirlo recita a lo lejos y el aire frío entra en mi cuerpo alimentando mi soledad. El río corre ajeno a la estúpida conciencia del ser humano, creando una metáfora sobre lo insustancial de nuestro paso por esta miserable mota de polvo.

La soledad de la ribera en los días de lluvia apenas se rompe por algún caminante y sus perros. Paseo con mi paraguas bajo el brazo con ese dolor que hacía tiempo no me acompañaba y disfruto de la calma exterior mientras, dentro de mí, se libra otra batalla.

Me acomodo en el respaldo de un banco, con la mirada puesta en el río y dando la espalda al camino. Me enciendo un cigarro y escribo estas líneas mientras observo un gran gato blanco aparecer, disimuladamente, entre unas zarzas, con esa mirada de precaución y superioridad que hace tan hermosos a estos seres.

El torbellino emocional de mi alma me impide estar estático mucho tiempo así que vuelvo a caminar, esta vez en dirección a casa.

Hay un cruce y se me plantea la duda sobre si seguir aprovechando la calma de la soledad o volver a la civilización, donde hay una posibilidad entre cien de encontrarme con ella, uno de los motivos de mi tormenta. Camino. Y mis pasos me llevan de nuevo a la ciudad mientras los justifico con la necesidad de volver a ver a Leo, el perro que le acompaña en su vida y con lo imposible que resulta para mí hacer un giro de 180º y volver al parque.

sábado, 25 de febrero de 2017

En la mitad de mi vida (supongo)

Realmente me alegro que hayas alcanzado las metas que te propusiste en tu adolescencia. Puedes estar orgulloso. Veinte años de esfuerzo han merecido la pena y ya has llegado. Tocas la guitarra, escuchas rocanrol, tienes mujer e hijos, tienes un trabajo fijo, piso, coches y te puedes ir de vacaciones. Me alegro, de verdad.

Yo, sin embargo, aquí estoy. De todo aquello que quise ser no soy nada. Ni músico, ni profesor de filosofía, ni político revolucionario. Por el camino me despistaba con facilidad con cualquier estímulo que me llevase a aprender cosas nuevas, diferentes. Descubrí pasiones, dolores, resacas, alegrías efímeras, desenterré cadáveres, enterré otros, en fin, me dejé llevar por las emociones.
Elegí caminos sin pensar a dónde me llevaban. Oscuros las más de las veces pero, al final, siempre encontraba una luz casi celestial que me abría los ojos de tal modo que jamás comprenderás. No por que seas un adolescente de 40 años si no porque sólo en la penumbra de ciertas sendas se conoce a las personas, vives este efímero paso por la conciencia propia que llamamos vida y descubres que la única verdad radica en seguir aprendiendo y caminando.

viernes, 6 de enero de 2017

Navidad.

Navidad,
efímera como tus luces.
Como la vida de mis seres queridos.
Como mi vida.
Un paso que no llega
a centésimas de segundo en el tiempo universal (de existir).
Pero alegría.
Fingida por unos,
forzada por otros y
sólo real en los niños.
En niños que no malviven en la calle
o pasan el invierno
en una patera en el mediterráneo.
En niños habitantes de confortables camas
en confortables habitaciones,
con padres conformistas
en sociedades conformistas.
Navidad,
¿qué va a ser ahora de tus abetos?
¿Qué de tus adornos?
Volverán a su caja,
en el mejor de los casos.
O en la basura,
su lugar de origen.

Como muchas ilusiones.