En una parte del caudaloso río, que limita al norte con Vetusta, hay una presa natural que, en estos días de otoño, ruge continua como un león.
Paradojas de la vida que, cuanto más tranquilo debo y quiero estar, más ruido necesito. Pero no un ruido de alterne, bares o borrachos coreando himnos deportivos, si no un ruido constante pero estridente.
Las nubes grises amenazan lluvias y los 6º de temperatura no amilanan a los paseantes ni a los corredores, que aprovechan la mañana recorriendo la orilla de este torrente sin detenerse a contemplarlo, absortos, quizás, en sus conversaciones banales. Yo tampoco sufro la inclemencia climática debido a mi estado emocional pese a estar sentado sobre un banco de loza y hormigón.
Pasearé sin rumbo haciéndome a la idea de que, de una forma u otra, soy una persona sin hogar.
Y encima me piden que escriba una comedia. Queridos, ya la escribió Dante.