martes, 30 de diciembre de 2008

¡NO A LA GUERRA!


Cuando era niño me resultaba chocante ver en la biblia que leía como la zona hoy conocida por Israel se llamaba Palestina, Judea, Samaría y varios nombres más. Aún más curioso las peleas entre distintas etnias aunque todas ellas procedentes de la misma familia.

Con el tiempo, leyendo Historia, descubrí que los judíos eran un pueblo de nómadas cabreros de la Península Arábiga que emigró a su actual zona en busca de una tierra prometida por su dios y que conquistó a sangre y fuego, como bien se puede leer en los textos bíblicos.

Pasaron los siglos y llegaron las distintas conquistas. Los ciudadanos de esas tierras sufrieron diásporas, aunque algunos se quedaron. Orgullosos de su origen mantienen un énfasis especial en su árbol genealógico.

Los que permanecieron en sus tierras mantuvieron sus costumbres pero acogieron una nueva religión tras el paso de los años.

Todo ello me hace pensar en lo que está sucediendo en estos tiempos en Oriente Próximo. Y me planteo si esto es una guerra civil, lucha de clases (los llamados palestinos son la clase baja y los llamados israelitas las clases medias y altas), guerra religiosa, también llamada guerra santa o simplemente un genocidio en toda regla patrocinado por quienes sacan provecho de la inestabilidad en la zona.

Sea lo que sea, lo importante es que cada vez que se mata a un ser humano una parte de cada persona muere. Ahora debemos, al igual que lo hicimos en otras ocasiones, salir a la calle y parar la masacre, que, por cierto, también se produce a diario en África y no nos lo enseñan tanto por la televisión.

¡NO A LA GUERRA SEA CUAL SEA!

domingo, 23 de noviembre de 2008

¡Mamá, quiero ser congresista!

De Kaos en la Red.
http://www.kaosenlared.net/noticia/diputados-pasan-ir-congreso

Los Diputados pasan de ir al Congreso

La imagen del hemiciclo del Congreso casi vacío, demoledora para la clase política, salta a los medios de comunicación de forma recurrente.

El exceso de tareas o la desmotivación vacían el hemiciclo

"A los cinco o seis meses de iniciarse la legislatura, es cíclico, se produce un bajón en la asistencia a los plenos"

La imagen del hemiciclo del Congreso casi vacío, demoledora para la clase política, salta a los medios de comunicación de forma recurrente, aunque los múltiples cometidos de los diputados explicarían gran parte de las ausencias. Pero también subyace la desmotivación de algunos de ellos.

La última de estas imágenes se produjo el pasado 12 de noviembre durante una de las sesiones plenarias que el Congreso ha dedicado a debatir los Presupuestos Generales del Estado.

Ese día la ministra de Defensa, Carme Chacón, antes de defender las cuentas de su departamento, informó sobre el atentado que tres días antes había costado la vida a dos militares españoles en Afganistán ante una Cámara mermada, sólo con un 20% de sus efectivos (de 350 diputados, sólo había 70).

Y esto después de que las ausencias en el pleno del 29 de octubre provocaran la reacción de Soraya Saénz de Santamaría, portavoz de grupo popular en el Congreso, que anunció un endurecimiento de las sanciones, de momento sin consecuencias. "Quien no quiera ser diputado que renuncie a su escaño", sentenció.

Un día con sólo 24 horas

La diversidad de tareas de los diputados en el desarrollo de su condición de parlamentarios es el argumento oficial esgrimido para justificar estas ausencias.

Así lo explica Javier Barrero (PSOE), secretario primero de la Mesa del Congreso de los Diputados, quien señala: "dudo que haya muchos trabajos que tengan más dedicación que el de parlamentario, aunque eso no signifique que pueda haber algunos con menos ocupaciones, o más limitadas".

"Se relaciona el trabajo del parlamentario con el pleno, y eso no es así. Al pleno se va a escuchar, y en él sólo trabajan algunos ponentes, muchos estamos trabajando en el despacho", advierte.

El parlamentario, argumenta, tiene trabajo en su circunscripción, en el ámbito del partido, y como representantes del pueblo tienen que cumplir con su "mandato popular tanto legislativo, como de control y de gestión".

Además de contestar cartas, recibir visitas, atender a los medios de comunicación, preparar enmiendas e intervenciones en las distintas comisiones a que pertenece cada diputado. "Y el día tiene sólo 24 horas", apostilla el también miembro de la Mesa y vicepresidente cuarto de la Cámara, Jordi Jané (CiU).

"No es bueno para la imagen del Congreso que se produzcan ausencias, sobre todo -dice Jané- porque la sociedad mide el trabajo por la asistencia o no en el propio escaño, pero tenemos que explicar que el trabajo más intenso y más productivo se hace fuera".

"Desde el Congreso, debería hacerse una labor pedagógica sobre el papel del diputado", agrega.

Protagonismo frustrado

Pero fuera de micrófono las cosas cambian, y en la Cámara Baja hay quien opina que a estas circunstancias, que son reales, se une "la desmotivación y la frustración" de algunas señorías. Hay una mayoría comprometida, pero "ha habido un cambio de paradigma, y ahora lo que vale es lo mediático", explica un parlamentario con varios años de experiencia.

"A los cinco o seis meses de iniciarse la legislatura, es cíclico, se produce un bajón en la asistencia a los plenos". Justo el tiempo que tardan algunos diputados jóvenes en darse cuenta de que la política no consiste en salir en los medios, y de que algunos veteranos que no han conseguido la notoriedad, caigan en el desánimo, explica.

Los jóvenes están acostumbrados a tener una proyección pública en sus circunscripciones donde, como miembros destacados de sus partidos o por su representación en los ayuntamientos, "a poco que hacen salen en los medios regionales. Y cuando ven que aquí no tienen esa repercusión mediática, que les falta protagonismo, viene un cierto grado de frustración", agrega la fuente.

Reconoce que las sanciones -por no asistir a una votación y no por ausencia en el pleno- "no son muy habituales, salvo que haya un caso flagrante", porque "los grupos tienen un equilibrio muy complicado de mantener".

"No es como el mundo de la empresa, donde el jefe manda y los demás obedecen. Aquí todos somos elegidos por el pueblo, y los que tienen un cargo de responsabilidad en el grupo no mandan, tienen que ganarse al grupo, su respeto, su liderazgo e incluso su cariño", añade la fuente.

"Calentar la silla"

Es precisamente la falta de motivación y la insatisfacción lo que subyace detrás de los índices de absentismo en el mundo laboral en España, que en cuatro años ha pasado del 3% al 6% de la población, según los datos publicados recientemente por el grupo Adecco, empresa dedicada a la gestión de recursos humanos.

Nekane Rodríguez, directora general de Creade Adecco, cree que en el caso de los diputados no parece lógico que haya falta de motivación "porque es un trabajo que requiere cierto grado de compromiso". Pero apunta a que quizá órganos institucionales como el Parlamento debería estructurarse de manera que gestionaran el compromiso de las personas o la motivación para ir a escuchar.

Es decir, deberían plantearse "cómo regular la actividad para mejorar la eficacia de nuestros políticos, para que no tengan que ir a 'calentar la silla' y que su tiempo sea rentable para esta país", explica Rodríguez.

Esta experta en Recursos Humanos explica que se está intentando generar un énfasis enorme con la mejora del liderazgo y de la clase directiva, "pero eso sólo se está llevando al terreno empresarial, no a las personas que gobiernan el país".

Desde el punto de vista de la gestión del tiempo, Nekane Rodríguez defiende que los diputados que no tengan cometido en un pleno dediquen ese tiempo a otras tareas.

"Lo están haciendo bien, están yendo a trabajar, porque lo que harían en ese pleno es no trabajar. Ahora bien, el comprometido estará haciendo un buen uso de ese tiempo, y el no comprometido hará un mal uso", subraya.

Tareas extraparlamentarias

En el capítulo de 'otras tareas' estarían encuadradas también aquellas de naturaleza extraparlamentaria que se ocupa de regular la comisión del Estatuto del Diputado del Congreso.

"EL Parlamento español es de los más incompatibles del mundo. Aquí es difícil hacer un ejercicio privado", explica Javier Barrero, quien afirma que los horarios y la dedicación del diputado lo hacen incompatible con cualquier otra actividad".

Barrero recuerda que, como consecuencia de los cambios del Código Penal de 1995, la persecución en cuanto al tráfico de influencias que pueda ejercer un parlamentario es muy rígida. "Tenemos unos grados de control sobre nuestra vida pública y privada muy poco homologables con otros países del mundo".

lunes, 27 de octubre de 2008

Dialogo económico.


Interesante artículo de Antoni Domènech, catedrático de Filosofía Moral en la Facultad de Ciencias Económicas de la UB y editor de la revista política internacional SinPermiso, leído en Kaos en la Red.

Adam Smith y Karl Marx dialogan sobre el desplome del actual sistema financiero


Karl.- ¿Viste, viejo, que este chico, Joseph Stiglitz, anda diciendo por ahí que el colapso de Wall Street equivale al desplome del muro de Berlín y del socialismo real?

Adam.- No es para estar contentos, ni tú ni yo. Y tú, menos aún que yo, Carlitos.

Karl.- Hombre, a cuenta del suicidio del capitalismo financiero, mi nombre vuelve a estar en boga, mis libros, según informa The Guardian, se agotan. Hasta los más conservadores, como el ministro de finanzas alemán, reconocen que en mi teoría económica hay algo que aún merece la pena tener en cuenta…

Adam.- … no me vengas ahora con mezquinas vanidades académicas post mortem, Carlitos, que en vida jamás te abandonaste a ellas. Yo hablo en un sentido más fundamental, más político. Ninguno de los dos puede estar contento, y, te repito, tú menos todavía que yo.

Karl.- ¿Y eso?

Adam.- El “socialismo real” que se construyó en tu nombre no tenía nada que ver contigo. Pero al menos, tú sí que te llamaste “socialista”. Yo, en cambio, ¡ni siquiera me llamé nunca a mí mismo “liberal”! Eso del “liberalismo” es una cosa del siglo XIX (la palabra, como sabes, la inventaron los españoles en 1812), y van y me lo endosan a mí, un tipo que murió oportunamente en 1793. ¡Es ridículo! ¿Cómo va a afectarme eso?

Karl.- Ya veo por dónde vas. Quieres decir que ni el desplome del muro de Berlín ni el colapso del capitalismo financiero en 2008 tienen mucho que ver ni contigo ni conmigo, pero que, aun así, nos cargan el muerto.

Adam.- Exactamente. Pero en tu caso es peor, Carlitos: porque tú sí te dijiste socialista, y el socialismo real, quieras que no, contaminó al ideario socialista. A mí me importa un higo que fracase el “liberalismo”, cualquier liberalismo. No tendré que explicarte a ti, precisamente, uno de mis discípulos más inteligentes, que ni mi teoría económica ni mi filosofía moral tenían nada que ver con el tipo de ciencia económica, positiva y normativa, que empezó a imponerse en tus últimos años de vida, eso que tú aún alcanzaste a llamar “economía vulgar” y que tanto gustó a los liberales de impronta decimonónica.

Karl.- Desde luego; tú y yo fuimos aún clásicos. Luego vino esa caterva vulgar de neoclásicos, incapaces de distinguir nada.

Adam.- Por ejemplo, entre actividades productivas e improductivas, entre actividades que generan valor y riqueza tangible y actividades económicas que se limitan a recoger rentas no ganadas (rentas derivadas de la propiedad de bienes raíces, rentas derivadas de los patrimonios financieros, rentas resultantes de operar en mercados no-libres, monopólicos u oligopólicos). Nunca ha dejado de impresionarme la agudeza con que elaboraste críticamente algunas de estas distinciones mías, por ejemplo, en las Teorías de la plusvalía.

Karl.- Es evidente. Tú hablaste repetidas veces de la necesidad imperiosa de intervenir públicamente en favor de la actividad económica productiva. Eso es lo que para ti significaba “mercado libre”; nada que ver con el imperativo de parálisis pública de los liberales y de los economistas vulgares, incapaces de distinguir entre actividad económica generadora de riqueza y actividad parasitaria buscadora de rentas.

Adam.- En mi mercado libre los beneficios de las empresas de verdad competitivas y productivas y los salarios de los trabajadores de esas empresas ni siquiera tendrían que tributar. En cambio, para mantener un mercado libre en mi sentido, los gobiernos tendrían que matar a impuestos a las ganancias inmobiliarias, a las ganancias financieras y a todas las rentas monopólicas…

Karl.- … es decir, a todo lo que, después de darme a mí por perro muerto, y en tu nombre, Adam, ¡en tu nombre!, se ha hecho que dejara prácticamente de pagar impuestos en los últimos 25 años. ¡Hay que joderse!

Adam.- ¡Hay que joderse, Carlitos! Porque lo que yo dije es que una economía verdaderamente libre, al tiempo que estimulaba la producción de riqueza tangible, podía generar, gracias entre otras cosas a un tratamiento fiscalmente agresivo del parasitismo rentista y de su pseudoriqueza intangible, amplios caudales públicos que podrían ser destinados a servicios sociales, a la promoción del arte y de la ciencia básica –que es, como el arte, incompatible con el lucro privado—, a establecer una renta básica universal e incondicional de ciudadanía, como quería mi coetáneo Tom Paine, etc. Ya ves, Carlitos, yo, que no pasé de ser un modesto republicano whig de mi tiempo, ahora, si no me falsificaran cuatro profesorcillos más perezosos aún que ignorantes, y si se me leyera con conocimiento histórico de causa, hasta podría pasar por un peligrosísimo socialista de los tuyos. Y te diré, si ha de quedar entre nosotros, que, visto lo visto, la vuestra me resulta una compañía bastante grata…

Karl.- En realidad, toda tu ciencia, como la de tantos republicanos atlánticos de tu generación, estaba puesta al servicio del principio enunciado por el gran florentino malfamado, a saber: que no puede florecer la libertad republicana en ningún pueblo que consienta la aparición de magnates y gentilhuomini, capaces de desafiar a la república. Y si lo ves así, la falsificación en tu caso es aún peor que en el mío: el “socialismo real” abusó aberrantemente de la palabra“socialismo”,dando pie a la refocilación general de todos mis enemigos; ¡pero es que tú ni siquiera llegaste a enterarte de qué era eso del “liberalismo”!

Adam.- Quien no se consuela es porque no quiere, Carlitos. Lo cierto es que lo que ha pasado en los 30 últimos años en el mundo va en contra de todo lo que tú y yo, como economistas y como filósofos morales, queríamos. Mira a estos pobres españoles, inventores del término “liberalismo”. A ti y a mí nos importaba, sobre todo, la distribución funcional del producto social (eso que ahora tratan de medir con el PIB): pues bien, la proporción de la masa salarial en relación al PIB no ha dejado de bajar en España, y ha seguido bajando incluso después de que volviera a asumir el gobierno en 2004 un partido sedicentemente marxista hasta hace muy poco…

Karl.- Sí, sí, un horror.Pero el caso es que cuando estos chicos, supuestamente, me dejaron a mí por ti, y pasaron a llamarse “social-liberales” a comienzos de los 80, lo que hicieron fue una cosa que te habría puesto a ti también los pelos de punta. Fíjate que no sólo retrocedió la proporción de la masa salarial en relación con el PIB, sino que, en la España del pelotazo y el enrichisez-vous de Felipe González, lo mismo que en la Argentina de “la pizza y el champán” de Menem y en casi todo el mundo, los beneficios empresariales propiamente dichos empezaron a retroceder también en relación con la parte que en el PIB desempeñaban las rentas inmobiliarias, las rentas financieras y las rentas monopólicas…

Adam.- ¡Cómo nos han jodido, Carlitos!

Karl.- No desesperes, Adam. La historia es caprichosa, y ¿quién sabe?, a lo mejor, ahora, hasta empiezan a tomarnos en serio. Fíjate que le acaban de dar el Premio Nobel a un chico bastante espabilado que desde hace años estudia la competición monopólica y rescata a Chamberlain y a Keynes, esos muchachos que al menos se esforzaron por entendernos, a ti y a mí, en los años 30 del siglo XX y que querían proceder a la “eutanasia del rentista”…

Adam.- Yo fui un republicano whig bastante escéptico, Carlitos. No viví el movimiento obrero del XIX y del XX y la epopeya de su lucha por la democracia. No puedo entregarme tan fácilmente al Principio Esperanza de aquel famoso discípulo tuyo, ahora, por cierto, casi olvidado.

miércoles, 15 de octubre de 2008


Artículo para pensar en abc.es.


La solución al hambre en el mundo se conoce y bastan 30.000 millones de dólares para paliar la falta de comida

La FAO pide a los Gobiernos que no adopten medidas comerciales proteccionistas ni reduzcan la ayuda al desarrollo para no abocar a los países en desarrollo a una nueva crisis alimentaria

Actualizado Miércoles, 15-10-08 a las 17:43
En vísperas de la celebración del Día Mundial de la Alimentación, diferentes ONG internacionales han alertado de que la solución al problema del hambre es "eficaz y conocida" y que requiere de 30.000 millones de dólares, al tiempo que denuncian la falta de apoyo a nivel globlal de los países desarrollados, que hablan de cifras billonarias para rescatar sus economías mientras reducen la ayuda al desarrollo.
La ONGD Manos Unidasha constatado que para combatir la falta de alimentos en el mundo se necesitan 30.000 millones de dólares (22.000 millones de euros) mientras se habla de cifras billonarias para paliar la crisis financiera en algunos países de Europa y las promesas de ayuda al desarrollo no llegan a los 20.000 millones.
Por su parte, el director de la ONG Acción Contra el Hambre, Olivier Longué, ha declarado que "invertir en la lucha contra el hambre es la apuesta más segura y rentable porque, al contrario de lo que ocurre con la financiera, la crisis alimentaria tiene una solución eficaz y conocida". Esta organización explica que se habla de " hambre estacional" porque "es un fenómeno que ocurre todos los años, es una situación previsible, por lo que es también evitable". "Hay hambre estacional porque las familias pobres tienen pocas reservas alimenticias" y porque no tienen la renta suficiente para comprar alimentos.

Continua aquí la lectura del artículo: http://www.abc.es/20081015/nacional-sociedad/solucion-hambre-mundo-conoce-200810151845.html

domingo, 12 de octubre de 2008

Todo lo que usted quiere saber sobre el origen de esta crisis pero teme no entenderlo


Vuelvo, sí. En estos tiempos de crisis que se avecinan creo que es necesario la lucha de todos para cambiar o tumbar el sistema capitalista. Y para ello voy a empezar con un artículo muy interesante con el que podremos entender un poco más de donde viene la debacle financiera y económica en la que nos encontramos.


Todo lo que usted quiere saber sobre el origen de esta crisis pero teme no entenderlo
Walden Bello · · · · ·

05/10/08



Todos nos hacemos estas preguntas sobre la actual crisis financiera: ¿ya pasó lo peor? ¿Qué causó el colapso del centro neurálgico del capitalismo global? ¿Fue la codicia? ¿Fue el de Wall Street un caso de alguacil alguacilado? ¿Fue falta de regulación? Pero ¿no hay nada más? ¿No hay nada sistémico? ¿Qué tiene que ver la crisis de sobreproducción de mediados de los años 70 con los acontecimientos recientes? ¿Qué pasó, pues? ¿Cómo trató de resolver el capitalismo la crisis de sobreproducción? ¿En qué consistió la reestructuración neoliberal? ¿En qué medida la globalización de los 80 y los 90 fue una respuesta a la crisis de los 70? ¿Por qué la globalización no pudo superar la crisis? ¿Cuáles fueron los problemas de la financiarización como vía de salida a la crisis de sobreproducción de los 70? ¿Por qué la financiarización es tan volátil? ¿Cómo se forman, crecen y estallan las burbujas? ¿Cómo se formó la presente burbuja inmobiliaria? ¿Y cómo creció? ¿Cómo pudieron las hipotecas subprime degenerar en un problema de tales dimensiones? ¿Y cómo es posible que los titanes de Wall Street se desplomaran como un castillo de naipes? ¿Qué pasará ahora?

Todos, en efecto, nos hacemos esas preguntas. Pero pocos pueden tratar de contestarlas con la insólita combinación de elegancia, profundidad, claridad y extremada sencillez del economista y politólogo Walden Bello. Y mucho menos en apenas 4000 palabras.

El derrumbe de Wall Street no se debe solo a la codicia y a la falta de regulación estatal de un sector hiperactivo. Procede también, y sobre todo, de la crisis de sobreproducción que ha venido minando al capitalismo remundializado desde mediados de los 70. Así ve esta crisis de fin de época Walden Bello.

Muchos en Wall Street todavía están digiriendo los acontecimientos epocales de las últimas semanas:

* Entre 1 y 3 billones de dólares de activos financieros evaporados.

* Wall Street, nacionalizado, con la Reserva Federal y el Departamento del Tesoro tomando todas las decisiones estratégicas importantes en el sector financiero, y a todo eso, con un gobierno que, tras el rescate de AIG, pasa a dirigir la mayor compañía aseguradora del mundo.

* El mayor rescate desde la gran depresión, con 700 mil millones de dólares reunidos a la desesperada para salvar al sistema financiero global.

Las explicaciones habituales ya no bastan. Los acontecimientos extraordinarios precisan de explicaciones extraordinarias. Pero antes…

¿Ya pasó lo peor?...

...El enlace al artículo completo es: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2097

lunes, 9 de junio de 2008

Descanse en paz.


Creo que se ha acabado.

Tras mucho tiempo sin actualizar este blog y pensar si realmente es lo que quería escribir ahora, creo que va siendo hora de cambiar el rumbo del Arghos.

Como todo barco que navega por los procelosos mares de la vida, el Arghos también esta a merced de los vientos y las mareas. Y en este momento está atravesando una zona de marejada con rachas de fuerte marejada.

A esto se une que mi afán por la política y todos sus matices se ha disipado, debido también a motivos personales más importantes. Y a que quién ha descubierto la tramoya, el espectáculo le parece aburrido. Muy aburrido.

Con lo cual, estaré unos días más de relax mientras lleno mi libreta (de papel) con esas reflexiones y pensamientos estúpidos que siempre me han ayudado a pasar los malos momentos. ¡Que han sido unos cuantos!

viernes, 23 de mayo de 2008

Vicente Blasco Ibáñez contra el Rey de España (VII)

Primera Parte. Cuarta Parte.
Segunda Parte. Quinta Parte.
Tercera Parte. Sexta Parte.


Así empezó la guerra española de Marruecos, la más incomprensible y absurda que se conoce en la historia.

España ha tenido en Marruecos desde hace catorce años, el ejército más grande que existió nunca en África; más de cien mil hombres; algunas veces, ciento veinte mil y todavía más. Los adversarios con que combatió siempre este ejército son ocho o diez mil montañeses, con cartuchos escasos, y, sin embargo, el ejército español no obtenido jamás una victoria decisiva y ha sido derrotado numerosas veces.

Hay que añadir para que la cosa resulta aún más inexplicable, que el español se bate valerosamente. Yo he hablado con militares franceses de gran valía que han visto esta guerra de cerca y todos se muestran acordes al afirmar que el oficial español lucha algunas veces con una audacia casi de suicida. El soldado se limita a batirse resignadamente. No siente ningún entusiasmo por una guerra que nada le importa. Pero, en fin, cumple su deber; va adelante y se deja matar.

Los oficiales, por espíritu profesional, dan su vida con una generosidad exagerada... Y, sin embargo, las derrotas siguen a las derrotas. Es la demostración de que este ejército es una obra dinástica y no una institución nacional.

Los españoles se ven obligados a batirse porque el rey ha querido hacer figura de gran caudillo en Marruecos, y él y sus allegados tienen esperanzas de poseer las minas del Riff, minas algo fantásticas, cuyo verdadero valor no conoce nadie, y que Abd-el-Krim negocia con gentes de todas las naciones, como un tesoro de cuento oriental.

Para explicar el eterno fracaso de España en Marruecos bastaría que es Alfonso XIII el que en realidad dirige las operaciones desde Madrid. ¿Cómo no iba a mezclarse en la guerra este joven que nació sabiéndolo todo y se titula "el primer soldado de España"?

Todos recuerdan la gran catástrofe que sufrió el ejército español en 1924, o sea, la inmensa derrota de Annual.

Alfonso XIII se entendió directamente con el general Silvestre, gobernador de Melilla, para realizar una operación rápida y decisiva que permitiese a las tropas españolas ir a través del Riff hasta la bahía de Alhucemas, apoderándose de todo, obligando a las tribus a una instantánea sumisión, deslumbradas y anonadadas por la estrategia fulminante del rey.

El general Silvestre era un soldado valeroso pero de cortos alcances, un combatiente heroico, excelente para obedecer; un guerrero del arma de Caballería, insustituible para ser mandado por un caudillo de talento, algo así como un Murat o un Lasayle, guardando las proporciones del medio.

Alfonso XIII fue el Napoleón de este húsar heroico y se puso de acuerdo con él, sin consultar para nada a su ministro de la Guerra. Tan en secreto llevaron los dos la operación, que el general Berenguer, Alto Comisario de todo Marruecos (el único que dirigido dicha guerra con alguna habilidad) casi recibió casi recibió al mismo tiempo la noticia de su inmensa derrota y su muerte.

El general Silvestre, antes de emprender este ataque disparatado, fue a España para ponerse de acuerdo con su "general en jefe", el rey. En un banquete al que asistieron en Valladolid, con motivo de una fiesta en la Academia de Caballería, los dos chocaron sus copas.

-El veinticinco de Julio, día de Santiago -dijo Silvestre- prometo a Su Majestad que llegaré a la bahía de Alhucemas.

-¡Olé los hombres!-contestó el rey-. El veinticinco te espero.

Si no profirió Alfonso XIII en tal momento estas palabras, las dijo más adelante por escrito, en un telegrama del que hablaré oportunamente.

El general Silvestre volvió a Melilla y emprendió la operación con arreglo a su estrategia de jefe de Caballería y a la gran ciencia militar de Alfonso XIII. No podía ser más sencillo el plan: ¡marchar, adelante; siempre adelante! Yo que soy un hombre civil, tal vez hubiese discurrido la cosa con más precauciones y complicaciones. Pero Alfonso XIII tiene la genialidad de los grandes capitanes. ¡Adelante! ¡Siempre adelante!

El general Silvestre arrolló al principio a cuantos moros le salieron al paso. Al tomar en los primeros días de avance un monte famoso por su valor estratégico, envió un telegrama al rey. Este le contestó empleando el lenguaje de las corridas de toros: "¡Olé los hombres! El veinticinco te espero." (Textual).

¡Ay! Todavía no llegado el veinticinco. Van transcurridos cuatro años y aún está esperando el "Káiser Codorníu".

Las tribus de Abd-el-Krim dejaron avanzar al intrépido Silvestre, que en su ardor agresivo apenas si se preocupó de mantener el contacto a sus espaldas con las bases de refuerzo y avituallamiento. Lo cercaron, lo aislaron, cortando su retaguardia, y murió combatiendo lo mismo que tantos miles de españoles. Únicamente lograron salvar su vida, como prisioneros, unos mil quinientos con el general Navarro.

Se calcula que en este desastre perecieron doce mil españoles, recogiendo los rifeños sobre el campo de batalla un material de guerra que representaba muchos millones de pesetas.

Para olvidar este pequeño incidente, el amigo de M. Cornuché, pocos meses después, marchó a Deauville. Mas no por eso dejó de pensar en el fracaso.

Como todos los artistas mediocres, de quisquillosa vanidad, estaba convencido de que su plan era magnífico, y echó la culpa de la falta de éxito a la cobardía de los ejecutantes.

En España cuentan muchos una frase de este joven ingenioso. La gallina es allá el animal que simboliza la cobardía. Cuando los rifeños exigieron cinco millones de pesetas por dejar en libertad a los prisioneros en la derrota de Annual, Alfonso XIII dijo con su gracia chulesca:

-¡Qué cara cuesta la carne de gallina!

Los españoles cultos se dieron cuenta de la responsabilidad que incumbía a Alfonso XIII en el desastre de Annual. Por primera vez en muchos años, el Parlamento español dio señales de vida, enérgica e independientemente. Se formó una Comisión en la Cámara de Diputados compuesta de individuos de diferentes grupos dinásticos y de las oposiciones. Esta Comisión, llamada de los Veintiuno por el número de los individuos que la componían, abrió una información, haciendo comparecer ante ella a numerosos generales.

Por primera vez se vio también en España a los militares -siempre orgullosos y convencidos de pertenecer a una casta superior- prestar declaración ante un tribunal civil como testigos o como futuros acusados.

Según se dice, la Comisión recibió testimonios y documentos que demostraron cómo el general Silvestre se había movido siguiendo las órdenes y los planes estratégicos del rey. Además, una parte de la documentación cambiada entre el monarca y el general Silvestre fue descubierta por un procedimiento algo novelesco.

Recordará el lector que después de la inesperada y completa derrota de Silvestre, los rifeños vencedores avanzaron hasta las puertas de Melilla, y si no entraron en ella fue por falta de decisión. Sólo algunos grupos de soldados enfermos guarnecían la plaza. Para dar ánimo al vecindario, las bandas de música recorrieron las calles haciendo sonar sus instrumentos. Todo estaba abandonado. En tal situación, llegó el general Berenguer con las primeras fuerzas que pudo embarcar en el Marruecos occidental perteneciente a España. Y fue en estos momentos de confusión, cuando alguien, no se sabe quién, descerrajó la mesa del general Silvestre, ya difunto, encontrando en un cajón parte de su correspondencia con Alfonso XIII.

Allí estaba el famoso telegrama: "¡Olé los hombres! El veinticinco te espero." Allí también, entre otras cartas, una en la que el rey aconsejaba a Silvestre lo siguiente: "Haz lo que yo te diga y no te preocupes del Ministro de la Guerra, que es un imbécil."

Este Ministro de la Guerra tratado de imbécil por un rey constitucional que obraba a sus espaldas, era un hombre civil, el vizconde de Eza. Me dicen que al enterarse de tal carta estuvo mucho tiempo sin querer ver al rey, para evitarse la molestia de saludarlo. Ahora, tal vez lo salude, pues para los hombres que tratan reyes, representa muchas veces una muestra de cariñosa confianza ser tratados de imbéciles.

La Comisión de los Veintiuno, después de oír a numerosos testigos, dio por terminado su expediente. La culpabilidad del rey resultaba visible por las declaraciones y los documentos.

Alfonso XIII siguió con inquietud el trabajo de esta Comisión, cuyas funciones eran completamente nuevas. Se iban a hacer públicas en el Parlamento su desdichada intervención en la guerra, sus actos de rey absoluto, su desprecio a la Constitución.

Había que ahogar este escándalo enorme y para ello apresuró el golpe de Estado que estaban preparando los militares y que produjo el Directorio actual.

miércoles, 21 de mayo de 2008

Vicente Blasco Ibáñez contra el Rey de España (VI)


Primera Parte.
Segunda Parte.
Tercera Parte.
Cuarta Parte.
Quinta Parte.



Pero en España hubo un movimiento de indignación, tal vez más en las clases superiores que en las inferiores, que ignoran lo que es Deauville y lo que es Cannes. Hasta en la Cámara de Diputados hablaron las oposiciones del próximo viaje del rey al Casino de Cornuché en la Costa Azul, y aquel tuvo que desistir.

Tal vez mormuró entonces como su abuela, la sentimental Isabel II, cuando en plena ancianidad la separaron de su último secretario:

-¡Qué oficio el de rey! ¡Siempre le contrarían a uno en sus gustos y placeres!

En los últimos años, creyó don Alfonso haber encontrado el hombre de negocios que necesitaba para hacerse rico. Es éste un señor Pedraza, español que ha rodado mucho por los Estados Unidos y la América del Sur; hombre listo, inteligente, y al cual por su historia llena de altibajos, dan algunos el título de aventurero.

Creo que si se atreven a llamarle así es porque el señor Pedraza ha sido llevado a la cárcel algunas veces por asuntos comerciales, no sé si con razón o sin ella. Con este señor entabló Alfonso XIII una íntima amistad. Fue, y no sé si es todavía, su gran agente de negocios.

Como el rey de España tiene un carácter ligero y este señor Pedraza parece ser un fantaseador de gran verbosidad y que habla de su amistad con los multimillonarios de Wall Street y de la City, el rey le aceptó como una especie de Morgan o Rockefeller que iba a enriquecerle en unos cuantos meses a costa de España.

El señor Pedraza, que estuvo en la cárcel de Barcelona por asuntos comerciales, ha enseñado telegramas y cartas firmadas "Alfonso R." (Alfonso Rey), que es como éste firma.

Los planes financieros de Pedraza fueron brillantes vaguedades sin nada determinado, en los que se mezclan la verdad y la mentira, y cuyo único resultado cierto habría sido lanzar en el mundo centenares de millones de valores, representando su emisión de cincuenta a cien millones de dinero positivo, para los autores del negocio, o sean, el rey y su agente.

Este señor Pedraza prometió el auxilio de un grupo de financieros e industriales ingleses y americanos que llevarían a España miles de millones para colocarlos en negocios, pero con unas garantías que equivalían a un monopolio sobre todos los recursos nacionales. Para endulzar la terrible operación, prometió construir el ferrocarril directo a Valencia y otro desde la frontera francesa a Algeciras.

Los banqueros españoles se escandalizaron ante una operación que tenía por objeto apoderarse de todos los negocios de España. El regio socio de Pedraza iba a vender la nación por varios millones recibidos de golpe. La Prensa financiera combatió igualmente los planes de Pedraza.

Afortunadamente, ocupaba en aquel entonces el ministerio de Hacienda el señor Pedregal, antiguo republicano pasado a la monarquía, pero hombre íntegro que guarda en su conducta la austeridad de su origen democrático. El señor Pedregal se opuso enérgicamente, y los capitalistas que estaban detrás de Pedraza tuvieron que retirarse dejando en manos de éste, según han dicho algunos, cien mil libras de comisión que había recibido anticipadamente. Pero esto es cosa insegura, como también inseguro es saber a qué manos fueron a parar las cien mil libras, caso de que existiesen.

Lo cierto es que desde el fracaso de Pedraza, Alfonso XIII sólo tuvo una idea: gobernar sin las trabas constitucionales, ser "el amo único", como manifestó pocos días después del triunfo del Directorio.

Fácil resulta imaginarse la psicología de un monarca que se considera pobre a causa de sus muchos gastos y que no puede contar con otros recursos que los que le señala el poder legislativo, como rey constitucional. Su deseo es ser rey absoluto, no tener ministros que le puedan exigir cuentas, confundir su fortuna propia con la fortuna del país como hicieron en otros siglos monarcas dilapidadores que acabaron provocando revoluciones.

Además, teniendo ministros constitucionales a los que es preciso contentar a cada momento y con los cuales hay que contar para que firmen los decretos, no son posibles los negocios en grande, como los del amigo Pedraza. Es preciso ser rey absoluto para hacer dinero, verdaderamente.

Debo advertir, que Alfonso XIII desistió por el momento de realizar la combinación Pedraza, al ver que sus ministros constitucionales no la aceptaban. Luego, en tiempos recientes, al quedar suprimido el régimen constitucional y vivir España esclavizada por el Directorio, el rey creyó llegado el momento de reanudar el gran negocio de su vida. Pedraza, que andaba por el extranjero, recibió un telegrama de su regio socio, el cual fue enseñado a los capitalistas de Londres y de otros países para que le apoyasen en su asunto:

"Ven pronto -decía el telegrama- Todo está preparado. Alfonso R."

Pero Primo de Rivera y los demás generales del Directorio tampoco quisieron aceptar el plan financiero patrocinado por Alfonso XIII. Esta negativa no fue por virtud. Como el Directorio busca su sostén en las gentes de la derecha, tuvo miedo a enajenarse las simpatías de los banqueros españoles y las clases capitalistas. Además, entró en esta negativa el egoísmo personal. Primo de Rivera sabe, como todos los españoles, que esto de Pedraza es un negocio enorme del monarca y, ¿por qué lo iba a aprobar él, cargando con toda la responsabilidad, sin tener ningún resultado positivo...?

Otra razón tuvo Alfonso XIII para desear ser monarca absoluto en tiempos del último gobierno constitucional. El ministro de Hacienda, señor Pedregal, había cortado con su enérgica negativa el negocio de Pedraza, y la guerra de Marruecos había puesto en evidencia la responsabilidad personal del rey en los fracasos sufridos por el ejército español.

La pobre España es para Alfonso XIII algo así como una caja de soldados de plomo de las que se venden en los bazares. El eterno adolescente quiso jugar de monarca importante en Europa y para serlo aceptó en Algeciras el protectorado sobre el Riff, o sea, sobre una región que figura como perteneciente a Marruecos y donde jamás en el curso de los siglos pudieron ejercer su autoridad efectiva los sultanes marroquíes.

En el banquete diplomático de Algeciras, a España le dieron el hueso, lo que nadie podía tragar, el indomable Riff; pero Alfonso XIII lo aceptó gozoso, con una alegría de subteniente, igual a la del Kromprinz cuando hablaba de "la guerre fraiche et joyeuse". Lo importante para él era mostrarse tan caudillo como Guillermo II.

miércoles, 9 de abril de 2008

Vicente Blasco Ibáñez contra el Rey de España (V)

Primera Parte.
Segunda Parte.
Tercera Parte.
Cuarta Parte.


CÓMO EL REY PREPARÓ EL GOLPE DE ESTADO

Mientras Alfonso XIII fue joven, cifró los éxitos de su vida en ser un automovilista vertiginoso, un buen tirador de pichón, un jugador de polo, etc. Resultaba el primero en cada clase de deportes, lo que nada tiene de extraordinario, pues bien sabido es que los reyes siempre son los primeros, cuando viven rodeados de sus cortesanos.

Educado para rey y con una mentalidad puramente sensual creyó que su paso por el mundo debía de ir acompañado de toda clase de placeres materiales y satisfacciones de la vanidad. (Esto tampoco lo considero extraordinario, pues muchos, sin ser reyes, piensan lo mismo). Los elogios de sus allegados y una fe orgullosa en su propio valor, le hicieron creerse el primero en todo. Alfonso XIII no se limita a ser rey. Es, además, el primer soldado de España, el primer agricultor, el primer marino, el primer... (aquí ponga el lector lo que le parezca). Sólo le ha faltado pintar cuadros o escribir libretos de óperas como su maestro Guillermo, "el del brazo corto". Pero todo llegará con el tiempo.

Por lo pronto, este joven "simpático" que en los banquetes se limitaba a contar cuentos graciosos o decir chistes chulescos, se ha metido a orador y pronuncia casi tantos discursos como Primo de Rivera.

Se lanza intrépidamente a la oratoria como un nadador se arroja de cabeza en un mar de olas encrespadas superiores al vigor de sus brazos, lo que hace que éstas se lo lleven de un lado para otro, a merced de sus agitaciones caprichosas. En vez de mandar a las palabras, son las palabras las que tiran de él y le hacen decir cosas que le conviene callar, comprometiéndose con toda clase de indiscreciones. Prueba de ello el discurso de Córdoba y otros de los que hablaré más adelante.

Al crecer en edad y sentirse capaz de pronunciar discursos en público con un tono y una voz que, según dicen sus oyentes, tiene algo de monjil, este joven que era simpático como un subteniente alegre, ha acabado por creer en su genio de hombre de estado, considerándose superior a todos los políticos servidores de la monarquía.

España, según Alfonso XIII, era desgraciada por el régimen constitucional le tenía a él encadenado, lo mismo que a los reyes de Inglaterra, de Italia y de otros países europeos, indudablemente inferiores a su persona. ¡Qué le dejasen gobernar solo como su bisabuelo Fernando VII y entonces se vería con qué facilidad cambiaba la historia de la nación, haciéndola entrar en un período de grandezas y prosperidades...! Dicho prodigio podría realizarlo gracias al ejército, que debe de ser del rey más que de la nación.

A cada momento, este portador de uniformes, dice: "Yo, que soy un soldado" o "Nosotros los soldados". Una vez, al repetir en pleno consejo de ministros: "Nosotros los soldados", uno de aquellos le contestó que él era un rey y no un soldado.

-Y un rey- continuó diciendo el ministro -debe mantenerse por encima de los militares y de los civiles, para en caso de conflicto entre ambos, poder guardar su imparcialidad.

Este soldado de innumerables uniformes que, además, sugiere planes estratégicos a sus generales en Marruecos -planes que tienen siempre como final horribles matanzas y fracasos irreparables- es un soldado que se mantiene tenazmente lejos de la guerra. Pero la imparcialidad me obliga a añadir que tanto los generales como los cortesanos le aconsejan dicho alejamiento, no solo por espíritu adulador, sino también porque tienen miedo a su orgullo omnisciente, a su megalomanía, a su facilidad para creer que lo sabe todo y puede aconsejarlo todo.

Hablando, lejos de España, con un amigo de Alfonso XIII, manifesté mi extrañeza de que "el primer soldado de español" no fuese nunca a la guerra, a pesar de que esta dura en Marruecos muchos años.

-¡Ah, no! ¡Qué no vaya!- dijo asustado el cortesano-; lo embrollaría todo y las operaciones marcharían aún peor que en el presente.

Además del vanidoso deseo político de ser rey absoluto y gobernar la nación a su antojo, este hombre ha sentido una necesidad particular de suprimir el régimen constitucional, gobernando por sí mismo, sin la colaboración de ministros.

Alfonso XIII se considera pobre. Cobra todos los años una lista civil respetable, superior, indudablemente, a la vida económica de España, pero esto no basta para los gastos de su lujo y el de su familia, cada vez más grande.

Su madre, la reina regente, consiguió reunir una fortuna enorme durante el período de su gobierno. Debo añadir inmediatamente que esta fortuna fue de legítimo origen, consistiendo simplemente en un ahorro tenaz y austero de los millones que le entraba la nación.

La madre de Alfonso XIII vivió durante la menor edad de éste con gran modestia, sometiendo el presupuesto interior del palacio real a una estricta economía, como una simple burguesa que hace ahorros en los gastos de su casa. La única preocupación de dicha señora fue impedir que se derrumbase la monarquía después de la derrota de Cuba y Filipinas, y educar a Alfonso XIII, fortaleciendo su salud de hijo de moribundo, engendrado en las últimas semanas de la vida de su padre.

Según cuenta la gente de la Corte española, y es bien sabido en Madrid, la reina madre siempre tuvo miedo a un destronamiento de la familia y creyó, en cambio, inmortal al imperio austriaco, por cuyo motivo confió una parte de sus millones a un archiduque tío suyo. Este guardó dichos millones como un administrador de confianza, pero al morir, hace pocos años, no tuvo la precaución de marcar previsoramente en su testamento qué bienes eran suyos y cuáles otros pertenecía a su sobrina doña Cristina, y ésta se vio en una situación dificilísima para cobrar las enormes cantidades de dinero que había ahorrado. Los herederos del archiduque, todos ellos parientes de la reina madre, se opusieron a entregarle lo que era suyo, y al fin hubo un arreglo amistoso; pero dicha señora sólo pudo recobrar, según parece, una fracción mínima. El resto de sus economías lo arriesgó en negocios austriacos y alemanes que hicieron bancarrota después de la guerra.

Don Alfonso, que se titula "rey moderno" y no espera heredar mucho de su madre, sólo ansía una cosa: acumular. Gastar considerablemente más de lo que le proporciona la lista civil y como, por otra parte, no tiene la seguridad completa de que continuará siendo rey hasta su muerte, apela a los negocios para juntar una fortuna rápidamente. Por esto ha arriesgado muchas veces el prestigio de la monarquía comprometiéndose, con la ligereza propia de su carácter en todos los negocios que le proponen. Pero deben ser negocios en los que no se arriesga ningún dinero, aportando solamente a ellos su influencia personal.

Algunos periódicos han hablado de acciones liberadas que le entregó la fábrica de automóviles la Hispano-Suiza, establecida en Barcelona y que tiene depositadas a nombre de uno de sus cortesanos. También ha hablado de la compañía de navegación llamada la Transmediterránea y de miles de acciones del Metropolitano de Madrid, cuya concesión se otorgó ilegalmente, pues otra empresa había solicitado antes ejecutar dichas obras. Pero al rey le convino apoyar a la actual empresa del Metropolitano de Madrid, imponiendo su voluntad al alcalde de la capital en aquella época.

Todo el mundo sabe la estrecha amistad del rey de España con el belga M. Marquet, personaje cuyo único título importante es ser dueño de la ruleta y el "treinta y cuarenta" en el Casino de San Sebastián. Alfonso XIII ha buscado hacerse amigo de los grandes multimillonarios de los Estados Unidos, y cuando llega a San Sebastián o Santander en el yate de cualquiera de ellos hace mayores extremos de sumisión y admiración que si fuese en la galera del Papa, pero hasta el presente no ha podido conocer estos hombres de negocios que M. Marquet, dueño de la ruleta de San Sebastián, y M. Cornuché, dueño de los juegos de Deauville, y un señor Pedraza, del que hablaré más adelante.

Tal es la amistad de Alfonso XIII con M. Marquet, que hace unos cuantos años empezaron a decir las gentes que Alfonso XIII iba a darle algún título nobiliario, nombrándole "barón", unos decían que del "Pleno", otros del "No va más", y otros del "Negro y Encarnado". Pero fueron tales los comentarios de los belgas, al enterarse de este honor presunto de su compatriota, que el rey y el agraciado tuvieron que desistir de tal proyecto.

Como el casino de San Sebastián sólo funciona en verano, M. Marquet, que piensa indudablemente con envidia en la continuidad anual del Casino de Montecarlo, quiso inventar algo para seguir explotando a los españoles durante el invierno, y fundó en el centro de Madrid el llamado "Palacio de Hielo", en cuyo piso inferior se patina y cuyos pisos superiores están destinados al "treinta y cuarenta" y otras amenidades.

Los reyes asistieron a la inauguración de esta casa de juego polar instalada en el corazón de su capital. M. Marquet, como dueño del establecimiento, tuvo el honor de entrar a la reina de España, dándole el brazo, para mostrarle todas las suntuosidades del edificio.

Últimamente, el rey Alfonso XIII ha formado una cuadra de caballos de carreras y se dedica a hacerlos correr, especialmente en San Sebastián. La gente aristócrata, bien enterada de esto, murmura que don Alfonso no tiene dinero para sostener la caballeriza y sospecha que ésta pertenece en realidad a M. Marquet. El caballo "Rubán" es la bestia más importante de dicha cuadra. Cuando corre en las carreras de San Sebastián gana siempre. Esto no lo considero extraordinario. La pista de San Sebastián es tierra española y, por lo tanto, pertenece a Alfonso XIII que puede hacer de ella lo que quiera.

Los que apuestan contra "Rubán" y pierden el dinero, gritan siempre, como reos de lesa majestad, afirmando que les han robado, pero yo no puedo creer en sus afirmaciones irreverentes. Es verdad que "Rubán", al correr en Bélgica, era siempre quinto o sexto. Pero esto sólo significa que como su amo es español corre mejor dentro de casa, en terreno bien preparado.

El otro hombre de negocios de Alfonso XIII es M. Cornuché, que organizó como una apoteosis su viaje a Deauville hace tres años.

Hay que recordar cómo fue este viaje. Las tropas españolas habían sufrido meses antes una de las derrotas más inauditas que se conocen en la historia de las guerras coloniales. Únicamente la del general italiano Barattieri en Abisinia puede compararse con ella. Mil quinientos españoles estaban prisioneros de Abd-el-Krim. Hay que saber lo que significa ser prisionero de los rifeños. Para muchos hombres es peor esto que caer en manos de una tribu de antropófagos de Oceanía. Resulta preferible la muerte a sufrir los ultrajes y vilipendios que infligen a los prisioneros europeos estos bárbaros que han heredado las corrupciones antinaturales de lejanos siglos.

En dicho periodo yo me sentía triste a todas horas al pensar que muchos centenares de compatriotas míos estaban en el peor de los cautiverios, sufriendo toda clase de penalidades y atropellos.

Y fue en este momento cuando el rey de España, aceptando una invitación de Cornuché, marchó a Deauville para que apreciasen su hermosura graciosa en la "Potiniere" y en el Casino, oyéndose llamar "simpático" por un sinnúmero de damas pintarrajeadas que formaban su cortejo admirativo.

No quiero creer que Alfonso XIII al realizar tal viaje tuviese en su memoria a los españoles prisioneros. Le hago el favor de pensar que se había olvidado de ellos y si obró de un modo tan monstruoso fue con la inconsciencia propia de su carácter frívolo. Pero de todos modos, el espectáculo resultó tan inaudito que muchos periódicos de diversos países censuraron al rey de España y los cancioneros de Montmartre le hicieron objeto de sus sátiras, teniendo que intervenir oficiosamente el embajador español en París para que no se hablase más de Alfonso XIII, héroe de la "Potiniére" de Deauville en canciones y revistas.

El heredero de Fernando VII le tomó gusto a visitar los dominios de M. Cornuché. Éste explota en verano Deauville y, en invierno, Cannes. Empezó a anunciarse para el invierno siguiente la visita a Cannes del rey de España. El pretexto del viaje era una visita a los Borbones destronados de Nápoles, o sea, a los duques de Caserta, que viven retirados en Cannes. Pero en realidad la visita estaba destinada a Cornuché, que empezó a hacer gastos para comodidad y boato de su rey "anuncio", el cual iba a dar prestigio con su presencia a los juegos de Cannes, estableciendo una rivalidad con los de Montecarlo.

jueves, 27 de marzo de 2008

Vicente Blasco Ibáñez contra el Rey de España (IV)

Antes de nada, me gustaría mandar un recuerdo a unos camaradas fallecidos estos días:
Ildefonso Nalda y Fernando Marañón. Con el corazón lleno de orgullo puedo decir que conocí a estos dos grandes camaradas, que llevaban la historia de España grabada en las arrugas de su piel. El orgullo con el que Ildefonso Nalda enseñaba su carné del Partido o el de Fernando Marañón con sus artículos y su memoria. Descansen en paz. El domingo 30 se realizará un homenaje en La Barranca a las 12, 30 h. Más información pinchando aquí.

¡Seguiremos luchando, camaradas!

Por eso continúo con lo prometido.

Primera parte.
Segunda parte.
Tercera parte.

Otro detalle: durante el curso de la guerra, Alfonso XIII, que desea aparecer como una gran capacidad militar (¡siempre Guillermo II!), hablaba frecuentemente con el agregado militar de la embajada francesa en Madrid para enterarse de la marcha de las operaciones y, después, con el agregado militar de la embajada alemana. Los franceses han conseguido descubrir la clave secreta creada por la embajada alemana de Madrid, leyendo gracias a ella los despachos que enviaba por telegrafía sin hilos a Berlín. Gracias a la posesión de dicha clave, pudieron descubrir la existencia y traiciones de la bailarina espía Mata Hari que acabó siendo fusilada en París.

Pronto notaron los franceses que el agregado alemán en Madrid comunicaba a su gobierno muchas cosas de un carácter extremadamente confidencial, que el agregado francés había contado a Alfonso XIII. Para poner a prueba a éste, le comunicó dicho agregado algunas mentiras atribuyéndolas a su gobierno y, efectivamente, horas después, la embajada alemana de Madrid remitía tales noticias falsas a Berlín. Inútil es decir que lo franceses no quisieron hacer más confidencias a Alfonso XIII.

No tengo empeño en mostrar esto como un espionaje interesado, como una deslealtad voluntaria a una nación que él llamaba amiga; pero supone por lo menos una abominable ligereza carácter, una absoluta falta de seriedad, una tendencia a tratar los graves asuntos de estado lo mismo que una conversación en la Potiniere de Deauville.

Mientras duró la guerra, los agentes alemanes con sus bandas de asesinos y contrabandistas proveedores de esencia, intentaron aterrar a los partidarios de los aliados -lo que no consiguieron- y avituallaron públicamente a los submarinos, lo que fue causa de muchas matanzas. Hasta se dio el caso, junto a la entrada del puerto de Valencia, de que unos alemanes hiciesen instalaciones flotantes en el mar con pretexto de que eran aparatos de ensayo para estudio y explotación de la fuerza de las olas. A estos espías disfrazados de sabios se les ocurrió precisamente tal invento en plena guerra y no encontraron en todos los mares del planeta lugar más a propósito que el pacífico golfo de Valencia, en mitad del camino entre Marsella y Argel. Para examinar sus aparatos, situados a pocas millas de la costa, se embarcaban a todas horas en botes automóviles de su propiedad. Inútil es decir que estos aparatos eran simplemente boyas llenas de esencia; depósitos que surtían a los submarinos. La gente protestó muchas veces de tales sabios y su misterioso invento. ¡Voces perdidas en una soledad absoluta! Nadie podía oírlas cuando todos en España estaban convencidos de que el rey era alemán. Nosotros, los francófilos, no creímos un solo instante sus palabras. ¿Cómo podíamos creerle si jamás vimos en él un verdadero acto a favor de Francia y sus aliados? En cambio, por todas partes encontrábamos la complicidad pro alemana.

Él, como Primo de Rivera y tantos otros ignorantes con entorchados de general, sólo fueron aliadófilos cuando se convencieron, al fin, todos ellos, del triunfo de los aliados.

Yo, que en Agosto de 1914 sólo me vi unido a una docena de amigos españoles como sostenedor de la causa francesa y en 1915, al ir a España por primera vez en plena guerra, casi fui asesinado en Barcelona por las bandas de facinerosos que sostenían allí los alemanes y, además, me vi "invitado" por la autoridad con una solicitud algo sospechosa a salir cuanto antes de mi patria porque había vuelto a ella para hablar a favor de una honrada neutralidad, río ahora con una risa de desprecio cuando leo que Alfonso XIII afirma que fue amigo de los aliados y cuando Primo de Rivera dice lo mismo.

No sé lo que haya podido ser Primo de Rivera en los primeros meses de la guerra. Si fue francófilo -según el mismo afirma- debió de ser en los últimos tiempos, cuando todos se apresuraron a serlo, porque vería próxima la victoria de los aliados. Perdió una hermosa ocasión para él y para muchos de sus compañeros permaneciendo mudo en los primeros tiempos de la guerra, hubiese prestado un verdadero servicio al generalato español hablando entonces.

De los muchos centenares de generales que existen en España, sólo unos pocos, que no conozco personalmente, pero que a juzgar por sus escritos son militares de ciertos estudios, mostraron un criterio independiente y claro interpretando las operaciones de la guerra. Los demás fueron simplemente despreciables. Guardo unas declaraciones que hicieron al principio de la guerra, comentando la batalla del Marne, algunos generales españoles de los más bullangueros, los cuales, si no forman parte del actual Directorio, deben medrar cuando menos a la sombra de él. Lamento que no viva en nuestra época el gran Flaubert. Hubiese llorado de emoción al entregarle yo este documento para que lo hiciese figurar en la grande obra que preparaba en sus últimos años: el "Diccionario de la estupidez humana".

Continuara...

viernes, 21 de marzo de 2008

Vicente Blasco Ibáñez contra el Rey de España ( III)


Enlaces a las entradas anteriores:
Primera parte.

Segunda parte.

...

Pero al fin ha llegado la oportunidad de hablar de lo que es público, aunque lo ignoran la mayoría de las gentes, de exponer la verdad para que este personaje de carácter complicado y tortuoso ocupe el lugar histórico que le corresponde.

Ya he dicho que estos Borbones españoles fueron siempre astutos y con cierto talento diabólico para sortear las complicaciones de la vida, haciendo al mismo tiempo su voluntad. Las resoluciones más extremas y violentas las revisten hipócritamente de una forma paternal. Fernando VII, fusilador de liberales, ordenó estos suplicios por el bien de la patria, de tal modo que las muchedumbres imbéciles lo consideraban un padre.

Alfonso XIII ama el despotismo, pero procura atacar las libertades públicas como si le obligaran a ello los que le rodean, para después, en caso de fracaso, dejar que castiguen a los otros y declararse inocente. No creyó hasta el momento en el triunfo de los aliados, pero como era vecino de Francia, no quiso tampoco mostrarse enemigo de ellos.

Para favorecer la política germanófila buscó antes una coartada, y esta fue la oficina que montó en su palacio para el canje de prisioneros. Unas mesas y unos cuantos empleados le sirvieron para darse aires de rey providencial y benéfico, haciendo en pequeño y con enormes anuncios lo que hicieron con menos ruido y más intensamente la Cruz Roja y otras sociedades benéficas de Suiza.

Mas en fin, si se hubiese limitado a esto, merecería elogios, aunque no tan exagerados como los que le tributaron sus aduladores. Gracias a su intervención hubo prisioneros franceses y belgas que regresaron a sus casas, como también los hubo alemanes y austriacos que volvieron a las suyas. Pero al mismo tiempo que el rey de España se preocupaba en público de tales canjes, favorecía del modo más descarado e insistente las operaciones navales alemanas en las costas de España.

Durante tres años, los submarinos alemanes se avituallaron en los puertos españoles del modo más cínico. En la desembocadura del Ebro, junto a Tortosa, ciertos puertos antiguos y abandonados, que sólo sirven de refugio a barcos de pescadores, fueron empleados como lugar de descanso por submarinos de Alemania. Un personaje alemán, el barón de Rolland, actuaba en Barcelona con el mayor descaro de proveedor de esencia para estos buques. Además, tenía a sus órdenes una partida de malhechores para aterrorizar a los que denunciaban sus manejos. Un comisario de policía llamado Bravo Portillo, que después fue asesinado en Barcelona, se valía de su empleo oficial para averiguar la salida de los vapores aliados y denunciarla al tal barón. Éste, a su vez, daba aviso a los submarinos por medio de varias instalaciones de telégrafo sin hilos que funcionaban con entera libertad.

Alfonso XIII se ocupó aparentemente de canjear franceses e ingleses por alemanes y austriacos, pero estos prisioneros eran seres vivos. Lo terrible es que al mismo tiempo produjo centenares de muertos dejando actuar con toda libertad a los submarinos alemanes. Rara fue la semana en que no torpedearon éstos, dentro de las aguas españolas, alguna vez a la vista de la gente agolpada en la costa, buques franceses e ingleses, dedicados al comercio, y hasta vapores correo que iban a Argelia o venían de ella.

Buscaban los buques el amparo de las costas de España, fiados en las palabras de la monarquía española, creyendo que su rey defendería la neutralidad de sus aguas, y precisamente al hacer esto se lanzaban en pleno peligro, pues los submarinos tenían sus bases en los puertos pequeños de la costa y contaban con numerosos agentes en las principales ciudades del litoral, los cuales trabajaban tolerados y ayudados por bajos personajes de la policía.

Una vez se dio el caso de que los viajeros del tren correo entre Valencia y Barcelona, cuya vía se desarrolla a lo largo de la costa, pudieron contemplar desde sus vagones, en las primeras horas de la tarde, como un submarino alemán atacaba a un vapor aliado cerca de la orilla, a la vista de todos.

El dulce y poético Mediterráneo arrojaba todas las semanas a sus orillas numerosos cadáveres y pedazos de buques rotos por la explosión de los torpedos. Yo tengo a orilla del mar, cerca de Valencia, una casa llamada Malvarrosa. Mientras estuve en París los cinco años de la guerra haciendo propaganda en favor de los aliados, mis amigos me escribieron repetidas veces dándome cuenta de los terribles hallazgos con que les sorprendía el mar algunas mañanas. Sobre la arena de la playa, junto a la escalinata de mi casa, aparecieron repetidas veces cadáveres hinchados por una larga permanencia en el mar, pobres cuerpos desfigurados por las mordeduras de los peces o la violencia de la explosión, mujeres y niños que venían como pasajeros en buques procedentes de Argelia, tripulantes de vapores aliados que transportaban artículos de comercio o primeras materias para la guerra. Todos habían ido hacia la muerte, fiando en la neutralidad, ya que no en la lealtad de un rey que se titulaban francófilo en compañía de "la canalla".

Al mismo tiempo, los fabricantes españoles que elaboraban materias de guerra para los aliados, tenían que desafiar los mayores peligros. Fue en Barcelona donde los industriales españoles trabajaron más para el ejército francés; unos produciendo piezas sueltas de armamento, otros calzado, tejidos, etc. Los alemanes, para asustar a los fabricantes de Cataluña que trabajaban para Francia, organizaron otra partida de bandidos encargada de arrojar bombas en las fábricas y asesinar a sus dueños si era posible. Esto parece de una novela de Ponson du Terrall y, sin embargo, no puede ser más exacto.

La tal banda era mandada por un tal barón de Koenig. Hay que decir que así como el barón de Rolland, encargado del avituallamiento de los submarinos, fue un personaje auténtico, este barón de Koenig era un antiguo camarero de hotel, un tipo rocambolesco que había hecho su carrera a fuerza de asesinatos. La banda del barón de Koenig cometió sus crímenes atribuyéndolos a anarquistas o terroristas. Así mató al fabricante, señor Barret, profesor de la Universidad catalana, que era entusiasta de los aliados y dedicó sus talleres a la fabricación para las tropas francesas. Y si no mataron a más industriales aliadófilos fue porque estos tomaron grandes precauciones.

El comisario de policía Bravo Portillo actuaba de acuerdo con el titulado barón de Koenig, lo que proporcionaba a éste una completa impunidad. Además, dicho policía le facilitaba toda clase de informaciones.

Al terminar la guerra, viéndose si ocupación el facineroso alemán, se ofreció con toda su banda a los industriales conservadores y de carácter agresivo, para matar obreros fomentadores de huelgas, empezando desde tal momento el período de asesinatos y represalias entre un bando y otro, que aún dura en la actualidad aunque amortiguado y que, por desgracia, tal vez volverá a reproducirse. (Pero esta "es otra historia" como dicen en los cuentos orientales. Volvamos al rey.)

Jamás hizo nada Alfonso XIII por impedir las hazañas de los alemanes, terrestres y marítimas, dentro de su reino. Como una excusa previsora inventó la frase de que en España no había más francófilos que él y "la canalla", queriendo hacer con ello que no era rey más que de nombre, que no tenía ningún poder y en España todos eran germanófilos y le atropellaban al pobrecito francófilo.

¡Mentira! Para desgracia de España, él ha hecho siempre lo que ha querido. Últimamente consideró que era de su conveniencia matar la Constitución, suprimir todas las manifestaciones de una política moderna, volver al país de los tiempos del absolutismo, gobernar como los zares antes de la primera Duma, y apelando a sus generales cortesanos lo hizo con toda decisión.

Si hubiese querido intervenir en favor de los aliados o simplemente guardar una neutralidad honrada, lo hubiera podido hacer en 1914 sin ningún obstáculo y hasta con aplausos de una gran parte del país, pues nosotros, "la canalla francófila", éramos muchos. Precisamente en aquel tiempo aún no había desarrollado él sus terribles pedanterías militares en Marruecos y guardaba cierto prestigio de mozo atolondrado pero "simpático". Afirmo que no habría encontrado obstáculo alguno. Mas dejó hacer a sabiendas a los alemanes todo lo que quisieron dentro de España y lo que es de mayor gravedad, impidió que sus ministros tomasen ninguna iniciativa contra al insolencia germánica.

En 1918 se formó en España un Ministerio llamado nacional en el que figuraban personajes de distintos partidos políticos. El señor Dato, ministro de España, recibió de sus compañeros el encargo de presentar una nota al gobierno alemán, protestando del descaro con que los submarinos germánicos utilizaban los puertos de España y sus agresiones en aguas nacionales que destruyeron muchas veces a buques que llevaban en su popa la bandera española. Esta nota sirvió para desenmascarar al rey, dejando asombrados a sus ministros ante la inaudita duplicidad de su conducta.

Era embajador de España en Berlín un señor Polo de Bernabé, gran admirador del Káiser, que sentía temblar sus entrañas de emoción al verse recibido con familiaridad, él y su esposa, por el emperador y la emperatriz. Este embajador se guardó la nota del Gobierno y no quiso presentarla. Cuando el señor Dato, indignado por tal silencio, le repitió desde Madrid la orden para que presentase la nota, este embajador le contestó la respuesta más fantástica que se conoce en la historia de la diplomacia.

-La nota es muy fuerte- dijo -y no quiero presentarla al emperador. Sería darle un disgusto y... ¡Es tan excelente persona!

El Gobierno, aunque presintió desde el primer momento que la persona de Alfonso XIII debía de andar mezclada en el asunto, pues de otro modo no era comprensible la insubordinación del embajador, dio un decreto relevando al señor Polo de Bernabé de su embajada por desobediencia a sus superiores y llevó el citado decreto a la firma del rey.

Alfonso XIII se negó a firmar y casi dio una respuesta semejante a la del embajador. Él apreciaba mucho a su representante en Berlín y no podía darle el disgusto de firmar su destitución.

En resumen: que el rey, a pesar de ser un monarca constitucional, consideraba a sus embajadores y ministro plenipotenciarios como representantes diplomáticos de su persona y no de la nación española. Se entendía con ellos directamente, a espaldas de sus ministros respetables, y lo mismo hacía con los generales, despreciando la mediación constitucional del ministro de la Guerra. En realidad, no hizo nunca ni más ni menos que su viejo y detestado maestro Guillermo II.

lunes, 17 de marzo de 2008

Vicente Blasco Ibáñez contra el Rey de España(II)


Continuación del artículo anterior, a través del cual podemos hacer una comparación del personaje tratado por el autor y su descendiente y actual rey de España, Juan Carlos I, al igual que compara al primero con Fernando VII.

II

EL REY

Reconozco que el actual rey de España (Alfonso XIII) ha sido durante algunos años para la opinión internacional un personaje simpático. Su juventud, su carácter decidor a estilo madrileño y una intrepidez alegre de subteniente hicieron de él ese "personaje simpático tan amado por el vulgo que le ve de lejos y sólo aprecia las exterioridades.

Pero ocurre con los "personajes simpáticos" que al transcurrir los años su "simpatía" va resultando terrible. Persisten en ellos las condiciones propias de la adolescencia y éstas resultan inoportunas y peligrosas en la edad madura, sobre todo cuando se trata de hombres que desempeñan altísimos cargos y sobre los cuales pesan inmensas responsabilidades.

El rey de España ha sido igual a esos niños prodigio que llaman la atención por sus facultades precoces mientras son pequeños. Luego, al convertirse en hombres, sin evolucionar oportunamente, resultan insufribles y peligrosos por su estacionamiento mental, y por la vanidad omnisciente que les infundieron los éxitos y adulaciones de su adolescencia.

Alfonso XIII es un Borbón español que tiene todas las malas condiciones de su bisabuelo Fernando VII. Para los historiadores de Napoleón ha sido siempre un problema oscuro cómo, este hombre genial, de pensamiento clarividente, pudo emprender la desastrosa guerra de España. El mismo, en su retiro de Santa Elena, reconoció dicha empresa como el mayor error de su vida. Para mí, el asunto resulta clarísimo. Es que tuvo que entenderse con los Borbones españoles y, especialmente, con el joven Fernando VII (tan simpático en su juventud como Alfonso XIII) el cual con sus astucias, con sus faltas a la palabra, sus malicias y deslealtades, era capaz de desorientar y perturbar al cerebro más poderoso.

El bisabuelo de Alfonso XIII, al mismo tiempo que pedía casi de rodillas a Napoleón que le permitiera casarse con una mujer de su familia, cediéndole espontáneamente la corona de España, se presentaba a los españoles como un triste prisionero del emperador francés. Se comprende el engaño de Napoleón. Juzgando al pueblo español por los reyes miserables que venía tolerando, lo creyó un pueblo envilecido y cobarde y se lanzó a una invasión fatal para él. Igual equivocación sufriría ahora el que juzgase al pueblo español actual por la persona del rey que aguanta.

Fernando VII jamás en su larga historia tuvo una palabra mala ni una obra buena. Sin embargo, muchos de sus contemporáneos le admiraron en su juventud como monarca simpático que sabía decir frases chistosas. Cuando consiguió que Luis XVIII enviase a los aliados Cien Mil Hijos de San Luis para batir a los liberales españoles y reponerle en su trono de monarca absoluto, agradeció tal apoyo restableciendo la Inquisición y fusilando a un sinnúmero de liberales que se habían rendido fiados en la presencia de las tropas francesas.

Ni aún para los mismos partidarios del absolutismo tuvo Fernando VII amistad ni lealtad. Se consideraba más allá de los amigos y los enemigos. Reía igualmente de unos y de otros. En España solamente debía de existir el rey; los demás eran un mísero rebaño. Azuzaba a los absolutistas contra los liberales y al vencer éstos, les pedía el exterminio de las mismas gentes que él había incitado a sublevarse.

Los españoles clarividentes, le apodaron a causa de su nariz borbónica y su rostro carrilludo: "narizotas, cara de pastel". Este Tiberio conocía el apodo que le daban los liberales llamados "negros" y los absolutistas descontentos de su falta de lealtad que se titulaban "blancos". Y algunos de sus íntimos contaron que cuando estaba a solas en su palacio toma una guitarra para canturrear la siguiente canción:

"Este narizotas, cara de pastel a blancos y negros los ha de j..."

Efectivamente, durante el reinado de Fernando VII, murieron innumerables "blancos" y "negros" por sus diabólicas combinaciones para destruir a unos y otros.

Repito que este Borbón fue en su juventud tan simpático y chistoso como su bisnieto Alfonso XIII. Por eso su recuerdo ha resucitado en España durante los últimos años, comparándose la conducta del rey presente con la de su bisabuelo.

-Es igual a Fernando VII- dicen muchos que le han estudiado de cerca y hasta fueron sus ministros.

-Algo más- repuso uno de los personajes más eminentes de la política de la derecha en España. -Es Fernando VII... y pico.

Para hablar de Alfonso XIII es preciso traer a colación a Guillermo II. Del mismo modo que en el teatro existe la contrafigura que pasa por el fondo del escenario imitando al protagonista de la obra, que se halla en primer término, Alfonso XIII ha sido siempre un imitador, un reflejo del antiguo Káiser.

Existe en Cataluña un fabricante de champagne español llamado Codorniu, y aunque su vino no es malo, los burlones ríen de él al compararlo con el champagne legítimo, haciendo de dicho vino un símbolo de todo lo que es imitación más o menos grotesca. Por ejemplo, de un mediocre poeta dicen que es Víctor Hugo Codorniu, de un general malo, Napoleón Codorniu, etc. A Alfonso XIII le llamaban en los años anteriores a la guerra el Káiser Codorniu.

El emperador viejo y el rey joven se detestaban cordialmente como dos cómicos de edad diferente e historia diversa, que pretenden desempeñar el mismo papel. Pero los dos eran idénticos; el mismo afán de cabotinage, la misma ansia de llamar la atención, de intervenir en todo, de dirigirlo todo, de pronunciar discursos, de creerse aptos para todas las manifestaciones más brillantes de la vida.

Iguales aficiones a la mascarada. Alfonso XIII se viste a las dos de la tarde de almirante, a las tres de húsar de la muerte, a las cuatro de lancero. No hay hora del día que no aparezca con un uniforme distinto. Y además de los trajes militares, se cubre con unas vestimentas de clown para jugar al polo, ridículas hasta el punto de que en cierta época tuvieron que prohibir a los periódicos ilustrados de Madrid que reprodujesen las fotografías de Su Majestad en estos trajes deportivos de su invención, para que no riesen las gentes.

Es indiscutible que Alfonso XIII ha odiado siempre a Guillermo II. Por la ley física que obliga a repelerse a dos nubes de la misma electricidad, esta pareja de histriones reales se detestó siempre de un modo irresistible.

Guillermo II no prestó nunca un apoyo franco al ensueño de ciertos allegados y consejeros de Alfonso XIII, consistente en matar la República de Portugal y crear un imperio ibérico para que el bisnieto de Fernando VII pudiera darse aires de emperador. Por su parte, el rey de España hizo todo cuanto pudo para molestar a su maestro imperial, hasta el día en que estalló la guerra.

Alfonso XIII es hijo de una austriaca y aunque en los tiempos de su adolescencia se mostró como un colegial travieso que desobedece las órdenes de mamá, al transcurrir los años ha recobrado la madre sobre él un poderío enorme y con ella toda su corte de archiduques arruinados y de superiores de órdenes religiosas.

Además, si Alfonso XIII aborreció la persona de Guillermo II, admiró siempre sus ideas políticas, su tendencia al absolutismo. La mejor demostración la ha dado recientemente al matar en España el régimen constitucional y favorecer el triunfo de la dictadura militar.

Hábil comediante, como su bisabuelo Fernando VII, que engañó a Napoleón, engañó a Luis XVIII y engañó hasta a sus más fervorosos amigos, Alfonso XIII se dedicó durante los cinco años de la guerra europea a mentir a los beligerantes haciendo creer a cada uno de ellos que se hallaba a su lado. Pero bien claramente se vio de qué parte estaban sus simpatías.

Alfonso XIII fue germanófilo, como su madre y toda su corte. Y no solamente fue germanófilo, sino que se permitió con Francia las ironías más crueles. Él, que ha sido siempre el verdadero dueño de España y no ha hecho más que su voluntad, se fingió una víctima rodeado de enemigos y peligros a causa de su amor a Francia, y dijo en cierta ocasión:

-En España, los únicos francófilos somos yo y la canalla.

Y pensar que ha habido numerosos tontos en Francia que han repetido y celebrado esta ironía cruel. "La canalla" éramos nosotros, los escritores, los profesores de la Universidad, los artistas, todos los españoles intelectuales que estuvimos al lado de los aliados desde el primer momento. Sin duda, para el bisnieto de Fernando VII las únicas gentes distinguidas eran la aristocracia ignorante y devota, el populacho campesino, reaccionario y feroz, que aplaudían los crímenes de la invasión alemana en Francia y los torpedeamientos de los submarinos.

Yo no conozco personalmente a Alfonso XIII. Nunca he querido dejarme presentar a él. Pero le sigo desde hace años con el interés del novelista que estudia un "documento humano" y lo conozco mejor que muchos de los que le han visto de cerca.

Una de las razones de por qué me negué siempre a verle fue porque adivinaba que tarde o temprano tendría que escribir contra él, diciendo la verdad. ¡Lo que he sufrido durante la guerra, no pudiendo hablar libremente para advertir a los aliados quién era este hombre que se declaraba partidario de ellos en unión con "la canalla"! Pero en aquel momento decir la verdad equivalía a un escándalo sin resultado que sólo podía alegrar a los alemanes. Además, los diversos gobernantes franceses sabían tanto como yo qué clase de amigo de Francia es Alfonso XIII. ¡Si pudieran revelarse ciertas notas y documentos secretos en los archivos de París!