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En su delirio, esa noche se acostó en el mismo lecho en que dormía ella todas las noches.
Su obsesión necesitaba de su perfume. Rebusco en los cajones, olió su ropa que aún conservaba la fragancia que tanto le gustaba.
Encima de la almohada depositó algunas prendas y sobre ellas durmió.
Durmió y soñó plácidamente. La volvió a ver. Volvió a tocar su cabello rubio, a sentir el tacto de su piel, el calor de su aliento y los tiernos besos en su frente. No recuerda haber hablado con ella esa noche pero sí el brillo de sus ojos cuando se tomaron de la mano.
Al despertar, mientras ponía la cafetera, sacó las pastillas del cajón. Jugueteó con la tableta de Eskazine y le surgió una idea.
El café empezó a subir. Apagó el fuego, abrió el cubo de la basura y, aún indeciso, tiró las pastillas dentro. Si estando cuerdo no iba a poder verla, prefería seguir enfermo y ser feliz.
1 comentario:
Me ha gustado el relato. Entendí lo del eskazine. Un saludo.
Dani.
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