lunes, 28 de agosto de 2017

La montaña.

Sigue lloviendo. Un trueno. Mi cuerpo continúa vagando por una carretera comarcal, desierta, y apenas cubierto por un chubasquero ajado. Una pequeña mochila a la espalda con mis escasas pertenencias. Algo de ropa, un segundo par de botas -casi tan rotas como las que llevo puestas- y un minúsculo set de aseo.
Apenas pasan coches. Tampoco quiero que me recojan. Mi cuerpo está en la carretera. Mi alma, en las montañas que tengo por delante.
Un momento de epifanía sagrada cuando consigues comulgar con los espíritus de las montañas. Los árboles te arropan y las piedras milenarias te hablan desde las entrañas. Oyes el discurrir del agua por su interior. Algo parecido a escuchar los pensamientos de la tierra. Saboreas los minerales que, en el génesis del mundo, fue la sopa primigenia, la leche materna de todo ser vivo.
Sigue tronando. Llueve. Sigo mi camino alimentando mi cuerpo con la magia de nuestra Madre Tierra y nuestro Padre Universo.
Polvo de estrellas. Eso soy. Polvo de estrellas caminando, de vuelta, hacia la placenta que me creó. Llegaré en breve. La muerte de mi cuerpo (cárcel al aire libre) está cercana y con ella volveré a formar parte del Todo, sin individualidades.

Richie Panero, "Demonios, sombras y otros caminantes."

No hay comentarios: