El señor M salió del supermercado con una bolsa llena de comida basura. Eran cerca de las 19:30 de un frío día de mediados de diciembre. 4º C y mucha niebla hacían que este fuese el día perfecto para quedarse en casa, al lado de la estufa, con una taza de chocolate caliente entre las manos. Pero el señor M era distinto. Estos días los aprovechaba para salir a pasear. El frío y la humedad hacían que pensase mejor, más rápido y fluido y, por ello, andaba los cerca de tres kilómetros que le distanciaban de su casa a ritmo lento y pausado. Y los aprovechó para pensar en lo acaecido estos días de atrás.
La señorita S, con quien mantenía una relación un tanto tormentosa, le había pedido que, si quería estar con ella, dejase todo lo demás. Por todo lo demás se refería a relacionarse con otras mujeres, cosa que al señor M, un tímido incorregible a pesar de haber pasado ya de los cuarenta años, le venía muy bien, le había ayudado a aumentar su autoestima y hacerle sentir vivo.
El señor M accedió ya que considera que la señorita S, con sus más y sus menos, era la mujer de su vida. Muchos de los hechos que le habían llevado a esa conclusión eran, desde un punto de vista racional, bastante románticos y sin base ninguna, excepto la sentimental, pero él la consideraba así. No lo veía de otra manera. Incluso cuando había estado con otras mujeres pensaba lo mismo.
Lo curioso del caso, pensaba el señor M, es que tras dejar claro que rompía con esa vida disoluta para estar con ella, la señorita S se mostraba distante, sin pasión hacia él. Con cariño sí, pero nada más. Aunque el súmmun fue lo del café del sábado.
El sábado había quedado para celebrar su cumpleaños con la familia y amigos en su casa. Exceptuando a los padres del señor M, el resto de invitados declinó la invitación con diversas alegaciones, de las cuales algunas eran ciertas. Pero lo que realmente le molestó fue cuando la señorita S le dijo "no puedo".
Ese "no puedo" le hizo más daño que cualquiera de los otros. Ese "no puedo" significaba que tenía otros planes. Mejores planes. Cuando el señor M le preguntó por qué ella le contestó que iba a quedar, aún no lo había hecho, con el señor T.
El señor T era un empresario de éxito. Acababa de llegar de un viaje al extranjero y era una persona completamente distinta al señor M. Mientras el primero era joven y jovial, tenía una empresa, dinero y viajaba, nuestro protagonista tendía a la melancolía, estaba en el paro y, por no poder, no podía ni mover el coche debido a los gastos. Sí, el señor M era más atractivo que el señor T, sin duda, pero él ya había decidido dejarlo todo atrás por ella y, ahora, se había convertido en un segundo plato.
Decidió (como hemos dicho pensaba mejor en estos días) dejar de estar pendiente de ella, no llamarla, esperar si acaso, pero no iba a mostrarse enfadado e iba a intentar dejarla a un lado. En ningún momento se arrepintió de haber tomado la decisión de abandonar la vida de placeres mundanos. Es más, de vez en cuando la justificaba diciendo que la señorita S había tenido una vida muy dura y no sabía lo que era amar realmente.
Con estos pensamientos llegó a su casa. Realmente le había venido bien el paseo ya que, pensado en esto, no ocupó su mente en amigos mudos y jovencitas calientes. Subió las escaleras hasta su apartamento de soltero, preparó una cafetera, se puso el pijama y, tras servirse una taza de café recién hecho, encendió el procesador de textos para terminar su novela basada en la historia de amor entre un disc-jockey depresivo y una bailarina bipolar.
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