sábado, 16 de julio de 2016

La cueva.

Me diste la mano e intentamos caminar los dos juntos. Unas veces tirabas tú (las más) y otras yo.
Sin darme cuenta te fui llevando hacia la cueva donde habitan mis miedos y, cuando llegamos a la entrada, te dejé entrar mientras yo me quedaba fuera.

Conociste los monstruos que habitan en mi oscuridad e intentaste vencerlos -casi lo consigues- pero cuando ya empezabas a entenderlos, te saqué de golpe y te mandé fuera del bosque donde está escondida la cueva.

Yo estaba tranquilo pues pensaba que había sido valiente al rescatarte. No me di cuenta que estabas infectada. Mis monstruos te habían contagiado y comenzaste a comportarte como yo y no lo vi.
Al descubrirlo querías morir. Tú no eras ese ser en el que te estabas convirtiendo.

Por suerte, eres una persona fuerte. Reaccionaste pronto y comenzaste a tratarte. La primera medida, evitar cualquier contacto conmigo, no volver al bosque ni a cogerme de la mano.

Ahora, además de la cueva con sus monstruos, hay un vacío en el bosque. Un vacío que me recuerda a ti y a nuestros paseos tumbados mirando al infinito del techo.
Esperaré toda mi vida hasta que te recuperes, pero lo haré mientras trabajo en combatir esos seres infernales con cara de niño que viven en mi interior. Y rezaré. Rezaré incluso a dioses no inventados para que encuentres la paz que necesitas y no supe darte.

No hay comentarios: