jueves, 3 de agosto de 2017

Veinteañero.

Poeta triste como la vida, que sabías a la nada de la existencia. Sentías a Baudeleaire, querías ser Jim Morrison y no llegabas ni a Bunbury borracho.
¿Dónde acabaste tus días? ¿Suicido a los 30? O peor aún. Quizá sacaste la plaza de funcionario y ahora te dedicas a etiquetar libros en un almacén oscuro de la biblioteca municipal. No, eso sería demasiado romántico. Seguramente trabajes en una oficina, de 8 a 3, tengas un jefe a quien lames el culo, una compañera con la que te gustaría acostarte, dos hijos pequeños y una mujer que ya no es lo que era. No como tú.

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