miércoles, 21 de mayo de 2008

Vicente Blasco Ibáñez contra el Rey de España (VI)


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Segunda Parte.
Tercera Parte.
Cuarta Parte.
Quinta Parte.



Pero en España hubo un movimiento de indignación, tal vez más en las clases superiores que en las inferiores, que ignoran lo que es Deauville y lo que es Cannes. Hasta en la Cámara de Diputados hablaron las oposiciones del próximo viaje del rey al Casino de Cornuché en la Costa Azul, y aquel tuvo que desistir.

Tal vez mormuró entonces como su abuela, la sentimental Isabel II, cuando en plena ancianidad la separaron de su último secretario:

-¡Qué oficio el de rey! ¡Siempre le contrarían a uno en sus gustos y placeres!

En los últimos años, creyó don Alfonso haber encontrado el hombre de negocios que necesitaba para hacerse rico. Es éste un señor Pedraza, español que ha rodado mucho por los Estados Unidos y la América del Sur; hombre listo, inteligente, y al cual por su historia llena de altibajos, dan algunos el título de aventurero.

Creo que si se atreven a llamarle así es porque el señor Pedraza ha sido llevado a la cárcel algunas veces por asuntos comerciales, no sé si con razón o sin ella. Con este señor entabló Alfonso XIII una íntima amistad. Fue, y no sé si es todavía, su gran agente de negocios.

Como el rey de España tiene un carácter ligero y este señor Pedraza parece ser un fantaseador de gran verbosidad y que habla de su amistad con los multimillonarios de Wall Street y de la City, el rey le aceptó como una especie de Morgan o Rockefeller que iba a enriquecerle en unos cuantos meses a costa de España.

El señor Pedraza, que estuvo en la cárcel de Barcelona por asuntos comerciales, ha enseñado telegramas y cartas firmadas "Alfonso R." (Alfonso Rey), que es como éste firma.

Los planes financieros de Pedraza fueron brillantes vaguedades sin nada determinado, en los que se mezclan la verdad y la mentira, y cuyo único resultado cierto habría sido lanzar en el mundo centenares de millones de valores, representando su emisión de cincuenta a cien millones de dinero positivo, para los autores del negocio, o sean, el rey y su agente.

Este señor Pedraza prometió el auxilio de un grupo de financieros e industriales ingleses y americanos que llevarían a España miles de millones para colocarlos en negocios, pero con unas garantías que equivalían a un monopolio sobre todos los recursos nacionales. Para endulzar la terrible operación, prometió construir el ferrocarril directo a Valencia y otro desde la frontera francesa a Algeciras.

Los banqueros españoles se escandalizaron ante una operación que tenía por objeto apoderarse de todos los negocios de España. El regio socio de Pedraza iba a vender la nación por varios millones recibidos de golpe. La Prensa financiera combatió igualmente los planes de Pedraza.

Afortunadamente, ocupaba en aquel entonces el ministerio de Hacienda el señor Pedregal, antiguo republicano pasado a la monarquía, pero hombre íntegro que guarda en su conducta la austeridad de su origen democrático. El señor Pedregal se opuso enérgicamente, y los capitalistas que estaban detrás de Pedraza tuvieron que retirarse dejando en manos de éste, según han dicho algunos, cien mil libras de comisión que había recibido anticipadamente. Pero esto es cosa insegura, como también inseguro es saber a qué manos fueron a parar las cien mil libras, caso de que existiesen.

Lo cierto es que desde el fracaso de Pedraza, Alfonso XIII sólo tuvo una idea: gobernar sin las trabas constitucionales, ser "el amo único", como manifestó pocos días después del triunfo del Directorio.

Fácil resulta imaginarse la psicología de un monarca que se considera pobre a causa de sus muchos gastos y que no puede contar con otros recursos que los que le señala el poder legislativo, como rey constitucional. Su deseo es ser rey absoluto, no tener ministros que le puedan exigir cuentas, confundir su fortuna propia con la fortuna del país como hicieron en otros siglos monarcas dilapidadores que acabaron provocando revoluciones.

Además, teniendo ministros constitucionales a los que es preciso contentar a cada momento y con los cuales hay que contar para que firmen los decretos, no son posibles los negocios en grande, como los del amigo Pedraza. Es preciso ser rey absoluto para hacer dinero, verdaderamente.

Debo advertir, que Alfonso XIII desistió por el momento de realizar la combinación Pedraza, al ver que sus ministros constitucionales no la aceptaban. Luego, en tiempos recientes, al quedar suprimido el régimen constitucional y vivir España esclavizada por el Directorio, el rey creyó llegado el momento de reanudar el gran negocio de su vida. Pedraza, que andaba por el extranjero, recibió un telegrama de su regio socio, el cual fue enseñado a los capitalistas de Londres y de otros países para que le apoyasen en su asunto:

"Ven pronto -decía el telegrama- Todo está preparado. Alfonso R."

Pero Primo de Rivera y los demás generales del Directorio tampoco quisieron aceptar el plan financiero patrocinado por Alfonso XIII. Esta negativa no fue por virtud. Como el Directorio busca su sostén en las gentes de la derecha, tuvo miedo a enajenarse las simpatías de los banqueros españoles y las clases capitalistas. Además, entró en esta negativa el egoísmo personal. Primo de Rivera sabe, como todos los españoles, que esto de Pedraza es un negocio enorme del monarca y, ¿por qué lo iba a aprobar él, cargando con toda la responsabilidad, sin tener ningún resultado positivo...?

Otra razón tuvo Alfonso XIII para desear ser monarca absoluto en tiempos del último gobierno constitucional. El ministro de Hacienda, señor Pedregal, había cortado con su enérgica negativa el negocio de Pedraza, y la guerra de Marruecos había puesto en evidencia la responsabilidad personal del rey en los fracasos sufridos por el ejército español.

La pobre España es para Alfonso XIII algo así como una caja de soldados de plomo de las que se venden en los bazares. El eterno adolescente quiso jugar de monarca importante en Europa y para serlo aceptó en Algeciras el protectorado sobre el Riff, o sea, sobre una región que figura como perteneciente a Marruecos y donde jamás en el curso de los siglos pudieron ejercer su autoridad efectiva los sultanes marroquíes.

En el banquete diplomático de Algeciras, a España le dieron el hueso, lo que nadie podía tragar, el indomable Riff; pero Alfonso XIII lo aceptó gozoso, con una alegría de subteniente, igual a la del Kromprinz cuando hablaba de "la guerre fraiche et joyeuse". Lo importante para él era mostrarse tan caudillo como Guillermo II.

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