sábado, 7 de abril de 2007

Liberalismo (2).


Pasemos a las definiciones.

El liberalismo social defiende la no intromisión del estado o de los colectivos en la conducta privada de los ciudadanos y en sus relaciones sociales no-mercantiles, admitiendo grandes cotas de libertad de expresión y religiosa, los diferentes tipos de relaciones sexuales consentidas, morales, etc. Sin embargo considera valores más allá de la propia voluntad, como los valores religiosos o tradicionales.

En la cuestión religiosa, muy patente en los que en este país se hacen ahora llamar liberales, el considerado padre del liberalismo moderno John Locke (1632-1704) consideraba que la religión solo compete al ámbito individual y privado de cada individuo y para nada al Estado o a las relaciones humanas. En virtud de esta privatización el hombre se libera de su dependencia de la disciplina e imposiciones eclesiásticas y sustrae la legitimidad confesional a la autoridad política, puesto que considera que no hay base bíblica para un estado cristiano.

El liberalismo económico defiende la no intromisión del estado en las relaciones mercantiles entre los ciudadanos (reduciendo los impuestos a su mínima expresión y eliminando cualquier regulación sobre comercio, producción, etc.), sin dejar de lado la protección a "débiles" (subsidios de desempleo, pensiones públicas, beneficencia pública) o "fuertes" (aranceles, subsidios a la producción, etc.). La impopularidad de reducir a veces la protección de los más desfavorecidos lleva a los liberales a alegar que resulta perjudicial también para ellos, porque entorpece el crecimiento, y reduce las oportunidades de ascenso y el estímulo a los emprendedores.

Por tanto se puede apreciar que el liberalismo, que nació con la intención de mejorar la situación de la humanidad, ha derivado a la simple mejora del mercado y de los grandes capitales en detrimento de los ciudadanos, que, al no poder entrar en el juego de la competencia brutal de las transnacionales, está condenado a sucumbir bajo ellas.

Cánovas, liberal conservador, inventó un sistema bipartidista donde los fraudes electorales periódicos, apoyados en el caciquismo hacían posible la alternancia en el poder, como medio de disipar tensiones.

En estos momentos, suponemos que no hay fraudes electorales y mucho menos caciquismo, pero tenemos al "cuarto poder", la prensa y la televisión, sorbiendo los sesos de la ciudadanía haciéndole ver la existencia solo de dos partidos, dos sindicatos, etc.

Cuando en la campaña electoral francesa o estadounidense, por ejemplo, aparece un tercer candidato, se produce un terremoto institucional y social que lleva a los grandes grupos mediáticos a reagruparse en torno al bipartidismo, con el fin de asegurar la estabilidad de la situación y con ello la económica de las grandes empresas y bancos que son los que controlan a los dos grandes partidos.

Si miramos la historia de España en estos últimos años podemos ver que los que se hacen llamar socialistas y obreros poco tienen que envidiar a los liberales y, estos últimos pueden verse representados en los dos principales partidos de este país.

En un estupendo artículo de opinión aparecido en el diario El País del pasado 6 de abril titulado "Leninismo de derechas, liberalismo de izquierdas", Ignacio Muro Benayas, economista y secretario general de la Asociación Información y Conocimiento, hace notar el cambio en la derecha surgido tras la llegada a España del nuevo ideario liberal, rápidamente adoptado por antiguos comunistas que, utilizando tácticas leninistas, encantan a los conservadores por su manejo de "las masas" y fuerzan a la izquierda a tomar posiciones tradicionalmente más liberales.

Ahora, revisando las biografías de los grandes liberales de este país, por cierto, todos ellos del siglo XVIII, podemos ver la diferencia entre ellos y los que hoy se consideran liberales o su ideario y lo que actualmente se entiende por ideología liberal.

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