domingo, 6 de mayo de 2007

Diálogo entre un sacerdote y un moribundo. Donatien Alphonse François de Sade - 2ª parte


El cura: ¡Desgraciado! Yo que te creía solo sociniano - tenía armas para combatirte, pero ya veo que eres ateo, y que tu corazón rehusa las pruebas que recibimos cada día de la existencia del Creador- no tengo nada más que decirte. No se da luz a un ciego.

El moribundo: Amigo mío, convendrás en algo, de dos lo es mas aquél que se pone una venda sobre los ojos que el que se la arranca. Tu construyes, inventas, multiplicas, yo suprimo, simplifico. Tu acumulas error sobre error, yo los combato todos. ¿Cuál de nosotros es el ciego?

El cura: ¿No crees entonces en Dios?

El moribundo: No. Y por una razón bien simple, y es que resulta completamente imposible creer lo que no se comprende. Entre la comprensión y la fe, debe existir una correspondencia; si la comprensión no actúa, la fe está muerta, y aquellos que pretenden tenerla, la imponen. Te desafío a creer en el dios que me predicas - por que tu no sabrías demostrármelo, por que no está e ti el poder de definírmelo y en consecuencia no lo comprendes- y desde que tu no lo comprendes, no puedes proporcionarme ningún argumento razonable, por tanto todo lo que está por encima de los limites del espíritu humano es o una quimera o una inutilidad; tu dios no puede ser si no una de las dos cosas, en el primer caso yo sería un loco si creyera, en el segundo un imbécil.

Amigo mío demuéstrame la inercia de la materia, y yo te concederé al creador, pruébame que la naturaleza no se basta a sí misma, y te permitiré suponerle un señor; hasta entonces no esperes nada de mí, solo me rindo ante la evidencia, y solo la recibo de mis sentidos; allí donde no llegan mi fe queda sin fuerza. Creo en el sol por que lo veo, lo conozco como el centro de reunión de toda la materia inflamable de la naturaleza, su movimiento periódico me complace sin asombrarme. Es una cuestión de física quizás tan simple como la electricidad, pero que no podemos aun comprender. ¿Qué necesidad tengo de ir mas lejos, cuando tu me hayas bosquejado a tu dios por encima de esto, habré avanzado y no necesitare más esfuerzo para comprender al obrero que para definir la obra?

Por lo tanto, no me has rendido ningún servicio edificando tu quimera, has turbado mi espíritu, pero no lo has esclarecido y no te debo mas que odio en lugar de reconocimiento. Tu dios es una maquina que has fabricado para servir a tus pasiones, la has hecho moverse a tu antojo, pero desde que perjudica los míos acepta que la haya derribado, y en el momento en que mi débil alma necesita calma y filosofía, no vengas a horrorizarla con tus sofismas, que la asustarían sin convencerla, que la irritarían sin mejorarla; ella es, amigo mío, esta alma, lo que ha querido la naturaleza que fuera, es decir el resultado de los órganos con que ella quiso formarme, en vista de sus perspectivas y necesidades; y como ella tiene la misma necesidad de vicios y de virtudes, cuando ha preferido llevarme hacia los primeros, me ha inspirado los deseos y yo he cedido a ellos. No busques más que sus leyes como única causa a nuestra inconsecuencia humana, y no busques en sus leyes otros principios que su voluntad y su necesidad.

El cura: Así pues todo es necesario en el mundo.

El moribundo: Desde luego.

El cura: Pero si todo es necesario, todo esta pues regulado.

El moribundo: ¿Quién ha dicho lo contrario?

El cura: ¿Y quién puede regularlo todo tal y como está si no una mano omnipotente y omnisciente?

El moribundo: ¿Acaso no es necesario que la pólvora se inflame cuando le prendemos fuego?

El cura: Sí.

El moribundo: ¿Y que sabiduría encuentras en ello?

El cura: Ninguna.

El moribundo: Es posible entonces que hayan cosas necesarias sin sabiduría y por consecuencia que todo derive de una causa primera, sin que haya razón ni sabiduría en esta primera causa.

El cura: ¿adónde quieres llegar?

El moribundo: A que todo puede ser lo que ves, sin ninguna causa sabia y razonable que lo conduzca, y que los efectos naturales han de tener una causa natural, sin que haya necesidad de suponerles causas antinaturales, tal como seria tu dios en sí mismo, así que como ya he dicho, tu dios necesitaría una explicación y no suministra ninguna; en consecuencia y dado que tu dios no sirve para nada, es perfectamente inútil; pese a su gran apariencia, lo que es inútil es nulo y todo lo que es nulo es nada; por tanto para convencerme de que tu dios es una quimera, no necesito ningún otro razonamiento que el que me proporciona la certeza de su inutilidad.

El cura: Sobre esa base me parece innecesario hablarte sobre religión.

El moribundo: ¿Por que no? Nada me divierte tanto como comprobar los excesos y hasta que punto los hombres han podido llevar el fanatismo y la imbecilidad; Son un tipo de desviaciones tan prodigiosas, que el cuadro me parece, pese a lo horrible, aun interesante. Contéstame con franqueza y sobre todo sin egoísmo. Si yo estuviera tan débil como para dejarme sorprender por tus ridículos planes sobre la existencia fabulosa de un ser que me haga la religión necesaria ¿de qué manera me aconsejarías que le rindiese culto? ¿Preferirías que adoptara los sueños de Confucio, mas que los absurdos de Brahma? ¿Adoraría la gran serpiente de los negros, la estrella de los Peruanos o el dios de las armadas de Moisés? ¿A cual de las sectas de Mahoma querrías que me rindiese, o que herejía de los cristianos seria según tu preferible? Ten cuidado con tu respuesta.

El cura: ¿Podría ser dudosa?

El moribundo: Entonces es egoísta.

El cura: No, es por amarte tanto que te aconsejo lo que creo.

El moribundo: Y es amarnos bien poco los dos estar escuchando semejantes errores.

El cura: ¿Y quién puede permanecer ciego ante los milagros de nuestro divino redentor?

El moribundo: Aquél que no ve en él mas que al más vulgar de los tramposos, al más necio de los impostores.

El cura: ¡Oh Dios, lo escuchas y no truenas!

El moribundo: No, amigo mío, todo esta en calma, por que tu dios, sea impotente, sea razón, sea todo lo que quieras, en un ser que solo admito un momento por condescendencia hacia ti, o si lo prefieres para prestarme a tus pequeñas visiones, por que este dios, digo, si existe como tu tienes la locura de creer, no pudo haber para convencernos tomado medidas mas ridículas que las que tu Jesús implica.

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