domingo, 6 de mayo de 2007

Diálogo entre un sacerdote y un moribundo. Donatien Alphonse François de Sade - 3ª parte


El cura: ¿Cómo, las profecías, los milagros, los mártires, no son pruebas?

El moribundo: ¿Cómo quieres en buena lógica que yo pueda recibir como pruebas lo que se necesita a sí mismo? Para que la profecía se convierta en prueba, haría falta que yo tuviese la completa certeza de que ha sido formulada; si está consignada en la historia, no puede haber para mi otra fuerza que todos los demás hechos históricos, de los que tres cuartas partes son dudosos; Si a eso sumamos la conjetura más que verosímil de que no me han llegado transmitidos mas que por historiadores interesados, estaría como ves en todo mi derecho de dudarlo. ¿Quién me asegurará además que esta profecía no ha sido el resultado de la combinación de la más simple política, como aquella que ve en un reino feliz un rey justo, o las heladas en invierno? ¿Y si es así, como quieres que la profecía, teniendo tal necesidad de ser probada en si misma, pueda convertirse en prueba?

A la vista de tus milagros, no me siento en desventaja. Todos los tramposos han hecho milagros, y todos los tontos han creído en ellos; para persuadirme de la veracidad de un milagro, haría falta que yo estuviera seguro de que el acontecimiento que llamas así fuese completamente contrario a las leyes de la naturaleza, ya que solo lo que esta fuera de ella podría pasar por un milagro, ¿Y quién la conoce lo suficiente como para poder afirmar que ese es precisamente el caso? Solo hacen falta dos cosas para acreditar un pretendido milagro, un prestidigitador y unas mujercitas; Va, no busques otros orígenes a los tuyos, todos los nuevos sectarios han hecho milagros, y lo que es aun más curioso, todos han encontrado imbéciles que les han creído. Tu Jesús no hizo nada más especial que Apolonio de Tiana, y nadie ha pretendido tomar a este último por un dios; en cuanto a tus mártires, este es sin duda el más débil de tus argumentos. Solo son necesarios entusiasmo y resistencia para hacer un mártir, en tanto que la causa opuesta me ofrecerá igual cantidad de mártires que la tuya, jamas estaré suficientemente autorizado para creer a una mejor que la otra, pero bien preparado por el contrario para suponerlas ambas lastimosas.

¡Ah! Amigo mío, si fuese cierto que el dios que predicas existiera, ¿Necesitaría milagros, mártires y profetas para establecer su imperio, y si, como tu dices, el corazón del hombre fuera obra suya, no sería el santuario que habría elegido para su ley? Esta ley igualitaria ya que habría emanado de un dios justo, se encontraría de esa manera irresistiblemente grabada en todos, de un extremo al otro del universo, todos los hombres se parecerían por este órgano delicado y sensible, se parecerían también por el homenaje que rendirían a dios desde que lo tuvieran, tendrían todos una misma manera de amarlo, tendrían todos la misma manera de adorarlo o de servirlo y les resultaría imposible no reconocerlo y resistirse a su pensamiento y su culto. ¿Qué veo en cambio en el universo, tantos dioses como países, tantas maneras de servir a esos dioses como diferentes cabezas o diferentes maneras de imaginar, y esta variedad de opiniones en la que me es físicamente imposible de elegir sería, según tú, la obra de un dios justo?

Vamos, con tus prédicas ultrajas a tu dios presentándomelo así, déjame negarlo sin embargo, ya que si existe, lo ultrajo bastante menos con mi incredulidad que tu con tus blasfemias. Recupera la razón, predicador, tu Jesús no vale más que Mahoma, Mahoma más que Moises, y ninguno de los tras más que Confucio quien a pesar de ello dicta algunos buenos principios mientras que los otros tres disparatan; En general todas estas gentes no son mas que impostores, de los que el filosofo se burla, que la chusma ha creído y que la justicia hubiera debido arrestar.

El cura: Ay, desgraciadamente lo hizo en demasía con uno de los cuatro.

El moribundo: Era él quien más lo merecía. Era sedicioso, turbulento, calumniador, iracundo, libertino, un mal farsante y un malvado peligroso, poseía la cualidad de convencer al pueblo y eso le convertía por consecuencia en castigable en un reino en el estado en que se encontraba entonces el de Jerusalén. Fue muy sabio al deshacerse de él y es quizás el solo caso en que mis máximas, extremadamente suaves y tolerantes por cierto, pueden admitir la severidad de Temis; Justifico todos los errores, excepto aquellos que pueden resultar peligrosos bajo el gobierno en que se vive; Los reyes y sus majestades son las únicas cosas que me imponen, las únicas que respeto, y quién no ama a su país y a su rey no es digno de vivir.

El cura: En fin, ¿admitís que existe algo después de esta vida? Es imposible que vuestro espíritu no se haya complacido alguna vez en atravesar las tinieblas del destino que nos espera, y ¿Que sistema podría haber mejor que una multitud de penas para aquel que vivió mal y una eternidad de recompensas para aquel que vivió bien?

El moribundo: ¿Qué? Amigo mío, sólo la nada; Nunca me ha espantado y solo veo consuelo y facilidad; Todas las demás posibilidades son obra del orgullo, solo esta es obra de la razón. Por otra parte no es horroroso ni absoluto, es nada. ¿No tengo bajo mis ojos el ejemplo de generaciones y regeneraciones perpetuas de la naturaleza? Nada perece, amigo mío, nada se destruye en el mundo, hoy hombre, mañana gusano, pasado mañana mosca, ¿no es siempre existir? Y ¿por qué quieres que sea recompensado por virtudes sobre las que no tengo ningún mérito, o castigado por crímenes de los que no he sido el maestro? ¿Puedes encontrar la bondad en tu presunto dios con este sistema? ¿Y puede él haber querido crearme para darse el placer de castigarme? ¿Y esto solo en consecuencia de una elección de la que no he sido dueño?

El cura: Lo sois.

El moribundo: Sí, según tus prejuicios; pero la razón los destruye y el sistema de libertades del hombre solo fue inventado para fabricar el de la gracia que es tan favorable a tus sueños. ¿Qué hombre en este mundo, viendo el patíbulo al lado del crimen, lo cometería si fuera libre de no hacerlo? Nos vemos arrastrados por una fuerza irresistible, y ni por un instante dueños de mas poder que el de determinar hacia que lado se inclina. No hay ni una sola virtud que no le sea necesaria a la naturaleza y de la misma manera, tampoco un crimen que no necesite, y es en un perfecto equilibrio en que mantiene los unos y las otras, en eso consiste toda su ciencia, ¿Pero podemos nosotros considerarnos culpables del lado hacia el que nos arroja? No más de lo que lo es la avispa cuando clava su aguijón en tu piel.

El cura: ¿Así pues, el mayor de los crímenes no debe inspirarnos ningún temor?

El moribundo: No es eso lo que digo, basta que la ley condene, y que la espada de la justicia castigue, para que deba inspirarnos terror y desistir, pero, una vez desgraciadamente cometidos, hay que saber tomar partido, y no librarse a estériles remordimientos; su efecto es vano, ya que no pueden preservarnos, nulo, ya que no lo reparan; Es absurdo pues abandonarse a ellos y más absurdo aun temer ser castigados en el otro mundo si somos ya bastante felices de haber escapado en este. A dios no le complace que yo vaya por ahí alentando el crimen, hay seguramente que evitarlo en lo posible, pero es usando la razón que hay que saber rehuirlo, y no por falsas creencias que no conducen a nada y con las que el efecto es tan pronto destruido en un alma poco firme. La razón- amigo mío, si, solo la razón debe advertirnos de que perjudicar a nuestros semejantes no puede hacernos felices, y que nuestro corazón, si contribuimos a su felicidad, es lo más grande que la naturaleza nos ha podido conceder sobre la tierra; toda la moral humana esta encerrada en estas palabras: hacer a los demás tan felices como deseamos serlo nosotros y no hacerles jamas más mal del que querríamos recibir.

Estos son los únicos principios que deberíamos seguir y ya no tendríamos necesidad ni de religión, ni de dios para convencernos y admitirlo, solo es necesario un buen corazón. Pero, siento que me debilito predicando, vence tus prejuicios, sé hombre, sé humano, sin remordimientos ni esperanzas, deja aquí tus dioses y tus religiones; todo eso solo sirve para poner espadas en manos de los hombres, y el solo nombre de esos horrores ha hecho derramar mas sangre sobre la tierra, que todas las otras guerras y atentados a la fe. Renuncia a la idea del otro mundo, no lo hay, pero no renuncies al placer de ser feliz y realizarte en este. He aquí la única manera en que la naturaleza te ofrece doblar tu existencia o esperarla. Amigo mío, la voluptuosidad fue siempre el mas querido de mis bienes, la he lisonjeado toda mi vida, y he querido terminar en sus brazos: Mi final se acerca, seis mujeres, más bellas que el día, aguardan en aquel gabinete, las reservaba para este momento, toma tu parte, intenta olvidar sobre sus senos, siguiendo mi ejemplo, todos los vanos sofismas de la superstición, y todos los estúpidos errores de la hipocresía.

El moribundo llama, las mujeres entran y el cura se convierte entre sus brazos en un hombre corrompido por la naturaleza, por no haber sabido explicar lo que era la naturaleza corrupta.

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