Te hacías acompañar en todo momento por relojes de cuerda o auriculares
con música. Paseabas cerca del río, donde las corrientes eran más
fuertes. Te sentabas en plazas llenas de gente y niños chillando. O en
terrazas de bares que diesen a alguna calle con mucho tráfico.
Y todo ello para no escuchar los gritos de ayuda que salían de tu interior.
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